sábado, febrero 24, 2007

ALMIRANTE MIGUEL GRAU - HEROE DEL MILENIO


Miguel Grau (*Piura, Perú, 27 de julio de 1834 - † Punta Angamos, 8 de octubre de 1879), Almirante de la Marina de Guerra del Perú y destacado marino. Es considerado héroe máximo de la Marina de Guerra del Perú y de la nación peruana.
Era hijo del Teniente Coronel
grancolombiano (más tarde nacionalizado peruano) Juan Manuel Grau y Berrío, natural de Cartagena de Indias, que llegó al Perú formando parte del ejército del libertador Bolívar y de María Luisa Seminario y del Castillo, piurana de nacimiento. Antes de entrar a la Guerra del Pacífico, logró una curul en el Parlamento Peruano.

Carrera naval
Guardiamarina
A poco del nacimiento de Miguel Grau, vienen años trágicos para el Perú. Intrigas políticas provocan levantamientos y divisiones, imperando la
anarquía. Para refrenar intentos revolucionarios del mariscal Agustín Gamarra en el sur, el presidente Luis José de Orbegoso se dirige al Cusco. En su ausencia el sargento Pedro Becerra se amotina en el Callao, en la madrugada del 1 de enero de 1835, apoderándose del Castillo del Real Felipe. La insurrección es develada a los pocos días por el general Felipe Santiago Salaverry, que es proclamado jefe supremo de la República. Siguen meses de incertidumbre y zozobra que culminan con el pacto que celebran Luis José de Orbegoso y el Presidente de Bolivia, general Andrés de Santa Cruz, para unir las dos repúblicas en una confederación. Ante el peligro de la invasión boliviana, Salaverry logra consolidar su gobierno y, enseguida, marcha al sur para combatir a Santa Cruz, que al frente de un numeroso ejército, ha cruzado las fronteras del territorio peruano.
Se libran grandes batallas: Gramadal, Puente de Arequipa, Uchumayo, con resultados favorables a las armas peruanas. Pero los bolivianos triunfan en la sangrienta batalla de Socabaya, en las inmediaciones de
Arequipa, el 7 de febrero de 1836. Salaverry, derrotado, es sometido a consejo de guerra y condenado a muerte por haberse opuesto a la confederación. El Perú, vencido, desaparece como tal dentro de la órbita de Bolivia. Andrés de Santa Cruz, luego de la batalla de Socabaya, implanta la Confederación Perú-Boliviana de la que él es protector con omnímodos poderes, y el Perú es dividido en dos estados: el Nor Peruano y el Sur Peruano. Los anti-confederados peruanos, con la complicidad del ministro Portales de Chile, que arrastró a esa nación a una guerra contra la confederación por defender sus intereses económicos en el puerto de Valparaíso, la hacen desaparecer luego de la batalla de Yungay, el 20 de enero de 1839.
En
1839, el Perú sólo tiene un navío de guerra, el pailebot Vigilante, de 79 toneladas de desplazamiento, con un cañón por todo armamento. Poco después, se adquieren nuevos buques y cuando el Perú comienza a convalecer, la chispa de la guerra se enciende nuevamente en el sur. Invadida Bolivia, el mariscal Agustín Gamarra muere en la sangrienta batalla de Ingavi, librada a fines de 1841 en territorio boliviano.
Desatada la guerra y muerto el presidente Gamarra, el teniente coronel Manuel Grau y Berrío juzga que debe retornar al ejército para defender su segunda patria. Escribe a
Lima a su viejo jefe y amigo, el general Antonio Gutiérrez de la Fuente, ex Vicepresidente de la República que ejerció el mando supremo y le pide una colocación en filas. La respuesta favorable no se hace esperar. El general Gutiérrez de la Fuente, en carta del 6 de enero de 1842, expresa al teniente coronel Grau que acepta sus servicios "con entusiasmo" y lo llama a la capital (Ver Carta de respuesta del general Antonio Gutiérrez de La Fuente al coronel Manuel Grau y Berrío).
En abril de ese año el teniente coronel Grau y Berrío, se incorpora a la Secretaría del general Gutiérrez de la Fuente, quien lo destina a
Ayacucho. En junio se celebra la paz con Bolivia por el Tratado de Puno, pero se enciende la guerra civil. El general Francisco Vidal, segundo vicepresidente del Consejo de Estado, ejerce el poder desde la muerte del mariscal Gamarra en Ingavi. En el mar la barca Limeña y la corbeta Yungay se baten a la vista de Paita.
En noviembre el general Vidal, que ejerce el mando supremo como jefe del Poder Ejecutivo, después de derrotar a
Juan Crisóstomo Torrico, el 17 de octubre, en la batalla de Agua Santa, cerca de Pisco, nombra a don Juan Manuel Grau y Berrío vista de aduana de Paita.
En Paita la actividad
marítima es grande. Todos los navíos que hacen el tráfico entre Panamá y el Callao tocan en su rada. Funciona en el puerto la escuela náutica que, para formar pilotos capaces de dirigir con acierto la marina mercante nacional peruana, había fundado el vencedor de Yungay, el mariscal Agustín Gamarra. Al pequeño Miguel, que sólo tenía ocho años, le fascina la inmensidad del océano. Su vocación naval comienza a despertar.
Mas la anarquía sigue. El general
Manuel Ignacio de Vivanco se subleva en Arequipa en enero de 1843 y marcha sobre la capital de la república, con el reconocimiento de casi todo el sur. Vidal en Lima, al comprobar la fuerza del movimiento revolucionario, deja Palacio de Gobierno para dirigirse al extranjero y, el 16 de marzo asume el Gobierno Justo Figuerola, primer vicepresidente del Consejo de Estado. El 20 de ese mes un golpe militar que se hace en la capital a nombre de Vivanco depone a Figuerola.
Miguel Grau tiene nueve años y sigue los primeros cursos de instrucción primaria. El muchacho, listo y resuelto, ha sido educado con dureza por el padre para conseguir con ello templar su carácter y
acerar su voluntad. Como siente la atracción del mar, obtiene en marzo de 1843, tras continuos ruegos, el permiso paterno para embarcarse en un bergantín dedicado al tráfico marítimo entre Paita y otros puertos del litoral peruano y de los países del norte hasta Panamá. El capitán del buque es Manuel Francisco Herrera, gran amigo de Juan Manuel Grau y Berrío. La profesión está decidida y el niño de nueve años logra imponer su voluntad y se hace marino. En casa quedan los padres y tres hermanos más: Enrique, Dolores y Ana.
El comienzo de su carrera naval no tiene buenos augurios. El buque zozobra y el aspirante a grumete se salva de forma milagrosa, retornando al hogar para volver al colegio.
En
1844, Grau, que siente la nostalgia del mar, ruega al padre que le de autorización para regresar a bordo. Su padre vuelve a acceder. Esta vez queda definitivamente consagrada la carrera náutica de Grau, que se embarca en diferentes buques, a veces con breves retornos a la patria y al hogar paterno de Paita. En esos viajes recorre todos los mares y los puertos más importantes del mundo, así como otros que recién se abrían a los marinos occidentales.
Igualmente visita las lejanas y entonces desconocidas
islas oceánicas. El mismo almirante nos ha dejado una relación circunstanciada y concisa de los azares de ese período de su existencia. El relato que el propio Grau hace de sus viajes, entre marzo de 1843 y agosto de 1853 está en Relación de los buques en que ha navegado MIguel Grau. El Comercio de Lima, en su edición del 13 de marzo de 1954 incorporó una copia fotográfica de esta relación.
Durante estos viajes el precoz marino aprende la ciencia y el arte de la
navegación y conoce a hombres de muchos países que hablan distintos idiomas. De regreso al Perú, el piloto Grau, que ya es un lobo de mar, se establece en Lima, donde reanuda sus estudios a fin de prepararse para ingresar a la Marina de Guerra del Perú.
En el mismo año, 1853, en que Grau deja la marina mercante para convertirse en aspirante a oficial de la Marina de Guerra, su padre, ya cesante, enfermo y atravesando una angustiosa situación económica, consigue que, en atención a sus méritos militares y leales servicios prestados al Perú, las Cámaras Legislativas asignen a su favor una pensión de gracia, de por vida, de cuarenta pesos mensuales. Aprobada en la Cámara de Diputados el otorgamiento de dicha pensión, la Comisión Militar del Senado la aprueba, igualmente, con un honroso dictamen, en que se califica al teniente coronel Juan Manuel Grau y Berrío como "viejo soldado de la independencia americana". El texto de este dictamen, que fundamenta la ley que se expide el
16 de noviembre de 1853, se puede leer en Dictamen del Senado de la República del Perú a favor del coronel Juan Manuel Grau y Berrío.
Durante los viajes del joven Grau, la Marina de Guerra del Perú se había incrementado. Permanente preocupación del presidente
Ramón Castilla y Marquezado, el militar y gran organizador del Perú, ha sido la de reforzar la escuadra. El Perú cuenta ahora con más buques: el Rímac, construido en Nueva York, de 1.300 toneladas y armado con cuatro cañones, la fragata Mercedes, los bergantines Guise y Gamarra y las goletas Peruana y Héctor.
El
14 de marzo de 1854, gobernando el Perú el sucesor de Castilla, general José Rufino Echenique, libremente elegido en comicios públicos, Miguel Grau, de 19 años, es guardiamarina. Ha logrado su viejo anhelo de servir a la patria en el mar.
Alférez de fragata
El
guardiamarina Grau desempeña eficientemente sus obligaciones. Destaca entre sus compañeros como excelente práctico y verdadero conocedor de todo lo relacionado con la navegación. Es un hombre franco, sincero, de reposado temperamento, con la tranquilidad de la propia suficiencia, competente y hábil, valeroso, decidido y enérgico. Se distingue asimismo por su carácter reflexivo, moral austera y acendrados principios religiosos.
Grau a los 20 años es un hombre formado. Y es que de la niñez pasó de un salto a la edad de la propia responsabilidad. Se hizo
hombre a los nueve años, forjando en las rudas faenas de a bordo, junto con una vigorosa contextura física, una recia personalidad espiritual.
El competente guardiamarina sirve primero en el Rímac por espacio de 6 meses y luego pasa, el
2 de octubre de 1854, al pailebot Vigilante, en el que permanece más de 10 meses para ser trasladado a continuación al vapor de ruedas BAP Ucayali.
Estando Grau embarcado en el Vigilante ocurre un hecho revelador de su espíritu
humanitario, al igual que de su preocupación por cumplir sus deberes de marino. El 10 de junio de 1855, cuando el pailebot navegaba rumbo a Paita, entre Mancora y Punta Sal, con mar gruesa y el horizonte nublado, el aspirante de marina Manuel Bonilla, que se hallaba en el castillo de proa de la nave, cayó al agua. Grau, que en esos momentos se desempeñaba como oficial de guardia, dispuso que el buque se detuviera de inmediato y se echaran al agua algunos cabos y un bote, en el que se lanzó con seis tripulantes, con la decisión, que resultó infructuosa, de salvar al náufrago. En el parte que Grau pasó ese mismo día al comandante del buque, dando cuenta de tan lamentable suceso, expresa que "todos sus esfuerzos resultaron inútiles, pues el mencionado pilotín no sabía nadar". Y agrega: "Sin embargo de esto me mantuve en su busca tres horas, por si conseguía siquiera su cadáver". Concluye el parte con las siguientes palabras, que traducen su pesar por esa desgracia: "después regresé a bordo sin ninguna esperanza" (el parte al que se hace referencia corre en original en el Archivo del Ministerio de Defensa, Comandancia General de la Marina, año 1855, que se conserva en el Museo Naval del Callao).
Por aquella época Ramón Castilla ha vuelto al poder, luego de derrotar en la
Batalla de La Palma, el 5 de enero de 1855, al general Rufino Echenique.
Pese al ambiente revolucionario y a los cambios de gobierno, la escuadra ha mejorado con la adquisición de nuevas unidades. Castilla compró, al concluir su primera administración, la
fragata BAP Amazonas. Echenique siguió el empeño de su antecesor en fortalecer el poderío naval peruano con la adquisición en Inglaterra de la fragata mixta BAP Apurímac y las goletas BAP Loa y BAP Tumbes.
El
4 de marzo de 1856 Grau recibe su primer ascenso. El 10 de ese mes el comandante general de Marina devuelve al ministro del ramo, con el "cúmplase y anotaciones de ordenanza", los despachos de los oficiales ascendidos. En esa relación figura el alférez de fragata AP Miguel Grau Seminario, a quien se destina al Apurímac, el mejor buque de la escuadra, que comanda el experimentado capitán de navío José María Salcedo.
A los ocho meses de servir Grau en el Apurímac, y cuando este buque se encuentra en el sur, estalla en Arequipa, el
10 de noviembre de 1856, la revolución que proclama al ex presidente de la República General Manuel Ignacio de Vivanco. La insurrección, que gana pronto el departamento de Moquegua, es de franca tendencia conservadora, de abierta oposición, por tanto, a la Constitución liberal promulgada el mes anterior, así como a las leyes de exagerado extremismo votadas por la Convención en las que, por ejemplo, se prohíbe el establecimiento de la Compañía de Jesús en el territorio de la república.
El movimiento de Vivanco gana adeptos y la escuadra peruana se pronuncia a su favor. En el Apurímac el
teniente segundo Lizardo Montero Flores promueve la sublevación. Grau, que sin duda juzgó peligrosos para la nacionalidad los principios liberales de la Carta de 1856, siguió con otros oficiales a Montero, su amigo y paisano. Al Apurímac se unen muy poco después el Tumbes, el Loa, el Guise y el Izcuchaca.
El levantamiento a bordo del Apurímac ocurre en la rada de
Arica el 16 de noviembre de 1856. En oficio de 20 de ese mes (que se encuentra en el archivo de la Comandancia General de la Marina), el comandante del buque, capitán de navío AP José María Salcedo, da parte a la Comandancia General de Marina "de la inesperada sublevación de la fragata acaecida la tarde del 16" y encabezada por "el teniente segundo Juan Lizardo Montero". En la nota se explican los pormenores de la sublevación, realizada cuando "bajó a tierra con el objeto de visitar al señor coronel Nicolás Freyre, Comandante General de la Dirección de Observaciones del Sur". Dice enseguida cuáles eran los oficiales que quedaron a bordo de guardia y menciona, entre otros, al "alférez de fragata don Miguel Grau". Concluye el comandante Salcedo informando que los sublevados habían "desconocido la autoridad del Gobierno"; que se reunieron con los presos políticos de los pontones Caupolicán y Highlander, y que proclamaron al general Vivanco "supremo regenerador de la República".
Pero la revolución, que adquiere los caracteres de una guerra civil, fracasa. La escuadra vivanquista pasa por el Callao en enero de 1857 y luego sigue al norte del litoral peruano. Los insurrectos toman
Trujillo y luego, Chiclayo, de donde se retiran perseguidos por Castilla, para embarcarse en Paita y caer en el Callao el 22 de abril, donde libran furiosa batalla en las calles del puerto. Derrotado Vivanco, se retira al sur y se atrinchera en Arequipa, ciudad que resiste un largo asedio y que finalmente es dominada en marzo de 1858, después de sangriento combate. Los marinos complicados en el pronunciamiento entregan los buques y son separados del servicio. La fragata Apurímac, última en rendirse, fondea en el Callao el 25 de ese mes de marzo y se pone a disposición del Gobierno.
Miguel Grau no forma ya parte de la Marina de Guerra del Perú, pero vuelve al mar. Regresa a la marina mercante como capitán de una barca inglesa y hace viajes entre
América y Asia, que sirven para afirmar sus conocimientos náuticos.
Casi a los dos años, y mientras el alférez de fragata separado del servicio navega en buques mercantes por países lejanos, surge en el Perú un conflicto internacional. El
Ecuador, para arreglar sus deudas con acreedores británicos, ha cedido extensos territorios de la región fronteriza, pero ubicados dentro de los límites del Perú. Ramón Castilla anula todos esos actos al ocupar sin combate el puerto de Guayaquil en enero de 1860, y convoca después un Congreso Constituyente que dicta, en noviembre de ese año, una nueva Constitución, que suprime algunas de las liberales reformas de la Carta de 1856. El mariscal Ramón Castilla y Marquezado evoluciona radicalmente y pasa del liberalismo al conservadorismo, justificando así, quizá, en esta última etapa de su segunda administración, el pronunciamiento de Vivanco de noviembre de 1856, al que Miguel Grau prestó concurso. La Constitución de 1860 va a regir en el Perú, salvo pequeñas interrupciones, hasta 1920.
El
11 de abril de 1861 el Congreso Nacional expide la ley de reparación, ordenando que se inscriba en la lista militar a todos los jefes y oficiales del Ejército y de la Armada que fueron borrados de ella en virtud del decreto dictado el 15 de enero de 1855, diez días después de la Batalla de La Palma. Al mes siguiente, el 25 de mayo, el mismo Congreso promulga otra ley por la cual quedan comprendidos en los efectos de la anteriormente citada los "Generales, Jefes y Oficiales, que hallándose o no en servicio, tomaron parte de la revolución que terminó el año 1858".
Al cabo de tres años de ausencia, Grau, comprendido en los efectos de las mencionadas leyes de reparación, vuelve a la patria. En diciembre de 1861 se presenta al Gobierno y pide que se declaren los goces que le corresponden como indefinido. El recurso que lleva fecha de
6 de diciembre y que corre en original en su expediente de reconocimiento de servicios (ver Solicitud de Miguel Grau pidiendo que se declares los derechos que le corresponden como indefinido).
En observancia de las disposiciones citadas por Grau, el
24 de abril de 1862 se resuelve favorablemente su solicitud, ordenándose inscribir al "alférez de fragata Miguel Grau" en el "Escalafón General de la Armada" con "7 años y 27 días de servicios" y, a la vez, se le expide "cédula de licencia indefinida" (en el libro V, titulado Nombramientos y ascensos (1854–1864), del archivo del ex Ministerio de Marina, que se conserva en el Museo Naval del Perú, en el Callao, página 17).
Solucionada su situación en la Marina de Guerra, como oficial en retiro, Grau continúa en la marina mercante todo el tiempo que dura la segunda administración del mariscal Castilla, que concluye su gobierno el
24 de octubre de 1862 y entrega la banda presidencial al mariscal Miguel de San Román. Fallecido el nuevo presidente el 4 de abril de 1863, asume transitoriamente el poder el segundo vicepresidente, general Pedro Diez Canseco, hasta el 5 de agosto de ese año, en que regresa de Europa el primer vicepresidente, general Juan Antonio Pezet. Al mes siguiente, en septiembre, Grau es llamado al servicio activo y ascendido.
Efectivamente, el
12 de septiembre de 1863, el comandante general de Marina, capitán de navío José María Silva Rodríguez transcribe al señor Ministro de Estado en el despacho de Guerra y Marina la siguiente orden general de la Armada: "Por decreto supremo de fecha de ayer, se ha llamado al servicio activo al alférez de fragata don Miguel Grau, que se hallaba en la condición de indefinido, expidiéndole al mismo tiempo despachos de teniente segundo de la Armada". Y al día siguiente se dicta una resolución que dice: "Su señoría el Comandante General del Departamento, se ha servido destinar a la dotación del vapor Lerzundi al teniente segundo de la Armada, don Miguel Grau".
Menos de tres meses después, el
4 de diciembre, Grau es ascendido a teniente primero graduado (en el mismo libro citado, en la página 122).
En comisión a Europa
En el Lerzundi, de 850 toneladas con 6 cañones, construido en
Filadelfia en 1853, e incorporado a la Marina de Guerra del Perú cuatro años más tarde, Grau permanece a bordo sólo cuatro meses, durante los cuales estrecha su amistad con el comandante del buque, el prestigioso marino capitán de corbeta AP Aurelio García y García, intimidad que permanecerá inalterable hasta el día de la muerte de Grau.
En la revista de comisario que mensualmente se realiza en todos los buques de la escuadra, y cuya relación se remite a la Comandancia General de Marina, figuran por última vez los nombres de García y García, como comandante del Lerzundi y de Grau, como su segundo, en enero de
1864. Y es que el Gobierno envía con premura a Europa a ambos jefes, así como a otros marinos, con el encargo de construir y adquirir modernas unidades navales que permitan reforzar la escuadra y hacer frente a cualquier agresión. Días antes de partir, el 8 de enero, se concede a Grau la efectividad del grado de teniente primero (que corre en el mismo libro analizado, en la página 129).
La decisión del presidente de la república, el general Pezet, de comprar nuevos buques se justifica no sólo porque los que existen carecen de los más modernos elementos de combate, sino porque las relaciones con
España se tornan delicadas y difíciles (ver Consecuencias de la Capitulación de Ayacucho). Fragatas españolas de primera línea surcan costas peruanas desde julio del año anterior, causando alarma y recelo a los gobiernos de Perú y Chile, no obstante que la expedición, según se asegura, tiene un carácter exclusivamente científico.
Empero, los temores de un conflicto se confirman a raíz de reclamaciones diplomáticas por incidentes entre colonos españoles y el dueño de un fundo en el norte de la costa peruana y el
14 de abril de 1864 la escuadra española, integrada por las fragatas Resolución y Triunfo y la cañonera Covadonga, ocupa las islas Chincha, sin provocación ni aviso alguno, y arría el pabellón peruano.
Para explicar el atropello, el comandante de la escuadra española, brigadier Luis Pinzón, habla de perentorios reclamos de súbditos españoles y en circular al cuerpo diplomático afirma haber ejecutado un acto de reivindicación de derechos usurpados a la Corona de España desde la
batalla de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824.
De inmediato, los representantes extranjeros acreditados en Perú secundan las altivas protestas del gobierno peruano por la ocupación de parte del territorio nacional y expresan que "se seguirá considerando a las Islas Chincha como pertenecientes a la república peruana".
El Congreso Americano que reúne en Lima a plenipotenciarios de gobiernos amigos del Perú apoya también con toda decisión la enérgica actitud del gobierno peruano, de rechazo a la ocupación de las islas, y dirige una nota al jefe de la escuadra española, con fecha de
31 de octubre, defendiendo la soberanía del Perú sobre las islas. En uno de sus párrafos la nota dice: "Esta ocupación a que no precedió la negativa por parte de Perú a satisfacer reclamos clara y expresamente individualizados; que no fue consecuencia de una declaración de guerra hecha con arreglo a las prescripciones de la ley internacional; que se ejecutó bajo el amparo de un derecho de reivindicación y de un estado de tregua inconciliable con la independencia indisputada de la República del Perú, hiere los derechos de todos los estados del continente e introduce justas y fundadas alarmas en orden a los designios de la España sobre su condición de naciones independientes".
Mientras estos hechos ocurren y las gestiones diplomáticas se tramitan, los marinos peruanos en Europa han intensificado sus actividades para la compra de buques, con positivos resultados. La misión confiada a ellos ha sido cumplida, tras examinar y reconocer las naves más apropiadas que pueden adquirirse de inmediato, y se activan a la vez los trabajos de construcción de dos blindados.
En efecto, dos semanas antes de la ocupación de las islas Chincha, el
30 de marzo de 1864, se firma en Londres, con la casa J.A. Samuda & Brothers, la construcción de la fragata Independencia, cuyo costo se estipuló en 108.000 libras esterlinas. Los firmantes por Perú fueron el cónsul, Enrique Kendall, y el capitán de fragata AP Aurelio García y García.
En agosto, se decide en Europa la adquisición de dos corbetas
francesas y los delegados fiscales en Londres, Manuel Pardo y don José Sevilla, escriben al capitán de navío José María Salcedo para que proceda sin demora a la compra de los buques franceses, que se hallan en Saint-Nazaire y en Nantes, y que han sido examinados por el comandante García y el teniente Grau. Se trata de las corbetas Shangay y San Francisco, mandadas construir durante la guerra de Secesión de los Estados Unidos de América por los federalistas del norte. Se trataba de buques de mucho andar, movidos a hélice, con fuerza de 500 caballos, 1.600 t y armados con 14 cañones de a 70 libras. En la mencionada carta se expresa que la resolución se adopta "después de tomar en consideración las opiniones de los señores García y García y Grau" (la carta a que se hace referencia, corre en el archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, legajo de la correspondencia con la legación en Gran Bretaña, año 1864).
No obstante estar resuelta la compra de las corbetas, la adquisición de la Shangay, a la que se re rebautizó como Unión, no se produce hasta fines de noviembre de
1864 y la de la San Francisco, rebautizada América, hasta mediados del mes siguiente. Federico L. Barreda, nombrado ministro en París y Londres, había llevado a cabo gestiones para dotar a la Marina de Guerra con las unidades y fue el encargado de la compra.
Al particular, en carta que el
1 de septiembre de 1864 escribió el señor Barreda a don Mariano J. Sanz, su antecesor como ministro en Londres, le dice que había reunido al comandante Salcedo "con los señores García y García y Grau" para decidir sobre la compra de las naves examinadas (Unión y América) y que después de una larga discusión resultó el acuerdo unánime para la compra de los buques (esta carta corre en el archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, legajo de la correspondencia con la Legación en Gran Bretaña, año 1864).
Adquiridas las corbetas, el teniente primero Miguel Grau, que prestaba sus servicios en Europa a órdenes del comandante Aurelio García y García, es nombrado comandante de la Unión. Inmediatamente Grau se dirige a Saint-Nazaire y se hace cargo del buque el
15 de diciembre de 1864.
Al día siguiente, García y García escribe al ministro de Guerra y Marina en Lima dando cuenta de los nuevos armamentos y buques comprados por el ministro Barreda y se refiere, en seguida, a la necesidad de "oficiales idóneos para llenar esas dotaciones", lo que obliga al ministro, dice, a solicitarle que "pusiese a su disposición al teniente primero Miguel Grau Seminario que se hallaba a sus órdenes, cosa que en el acto he verificado, pasando ese Oficial al continente". Agrega que se ha quedado privado de los muy importantes servicios de Grau y que necesita "oficiales inteligentes", para conservar "la mayor vigilancia en los diversos trabajos del buque, armamento y máquinas", en atención a que se "construyen en puertos separados por largas distancias" (Esta carta corre en original en el archivo del ex Ministerio de Marina que se conserva en el Museo Naval del Callao, legajo del año 1864).
Meses antes, el
12 de agosto, admitió el Perú la propuesta de la casa Laird de Birkenhead, frente a Liverpool, para construir un buque sólido con aparejo de bergantín. Ese otro blindado, cuya construcción va a vigilar el capitán de navío José María Salcedo, será el Huáscar, el glorioso monitor, honra, fama y tumba de Miguel Grau.
El
31 de diciembre de 1864, el capitán de fragata Ignacio Dueñas, de la Comisión de Construcción Naval en Londres, escribe al ministro de Guerra y Marina en Lima y le confirma que Barreda ha dado la comandancia de los nuevos buques América y Unión al capitán de corbeta Pardo de Zela y al teniente primero Miguel Grau.
Detenido en Inglaterra
La corbeta Unión sale de Saint-Nazaire, enarbolando
pabellón peruano, el 18 de diciembre de 1864, tres días después que Grau tomara su mando, y fondea en el Támesis el 22 de ese mes. El 5 de enero de 1865 el conde Russel, canciller de Su Majestad Británica, escribe al ministro peruano en Londres, Federico L. Barreda, para exponerle que se ha informado de la existencia en el Támesis de un buque de guerra bajo bandera peruana y le pregunta si la legación lo reconocía como perteneciente a la Marina de Perú.
De inmediato el ministro Barreda contesta al conde y le indica que el buque a que se refiere es "la corbeta de guerra peruana Unión, construida en Francia, y mandada por el teniente de navío don Miguel Grau". Y como Barreda comprende que la nota obedece al propósito del gobierno
inglés de mantener neutralidad en el diferendo entre Perú y España, agrega en su comunicación el siguiente párrafo: "El Gobierno de S.M. debe descansar en la seguridad de que si desgraciadamente entrase mi país en guerra con alguna potencia amiga de la Gran Bretaña, el que suscribe no olvidaría ese deber ni permitiría que lo olvidasen sus nacionales".
El
13 de enero de 1865 zarpa Grau con la Unión de Greenhithe, donde se encontraba fondeada y el 17 está en Plymouth. Es en este puerto inglés donde Grau sufre arresto de 48 horas, por orden de las autoridades inglesas, bajo sospecha de haber violado la ley que regula el enrolamiento de gente de mar. Su segundo, el teniente Felipe Pardo, dirige una nota al ministro del Perú en Inglaterra y Francia dando cuenta del suceso, acaecido cuando Grau salía de casa del almirante jefe del apostadero de Plymouth (Ver Carta del teniente segundo A.P. Felipe Pardo al ministro del Perú en Inglaterra y Francia).
Informado de lo ocurrido el ministro Barreda, que se encontraba en
París, se traslada a Londres encargando la defensa de Grau, con la celeridad que el caso requería, al abogado de Plymouth Tilfourd Slater, a quien advierte que debe presentarse al juzgado de Dartford a exigir que el comandante de la Unión sea puesto en libertad sin condiciones. Por su parte, Barreda dirige al canciller británico una nota de protesta por la arbitraria prisión de Grau, denunciando la grave falta cometida por las autoridades de Plymouth, y solicita la libertad del marino peruano (ver Nota de protesta del Ministro Plenipotenciario del Perú en Inglaterra y Francia, embajador Federico L. Barreda).
El canciller británico contestó en seguida al Ministro del Perú expresando su profundo sentimiento por lo ocurrido con el comandante de la Unión, que ya se encontraba en libertad, y otorgó las más amplias satisfacciones.
Efectivamente, el
20 de enero el abogado Slater encuentra en Dartford al comandante Grau preso y acusado de que dos operarios, contratados para trabajar en clase de carboneros a bordo de la corbeta Unión, se habían quejado de malos tratos. De las investigaciones hechas, resultó, en la audiencia, que el comandante Grau había despedido a los quejosos por insubordinados.
El cónsul del Perú en Londres, Enrique Kendall, en comunicación dirigida a Barreda, dando cuenta de los hechos realizados le informa de que, ventilado el juicio y sentada la protesta del Gobierno del Perú por al atropello cometido contra el comandante Grau, el Juez expresó que "encontraba el testimonio insuficiente para la formación de causa" y declara "que no había lugar para la detención", por lo que ordena la inmediata libertad del comandante de la Unión.
Grau, en carta de 23 de enero dirigida a Barreda explica la forma como fue arrestado y las incidencias que pasó durante su detención (ver
Carta de Miguel Grau al ministro Barreda explicando la forma cómo fue detenido).
Solucionado el incidente, Grau apresura sus preparativos para regresar al Perú. La patria lo necesitaba (los datos y documentos referidos en este título provienen de los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, legajo de la correspondencia con la legación en Gran Bretaña,
1865).
La revolución restauradora
Mientras el Gobierno del Perú compra corbetas en Francia y apresura en Inglaterra las gestiones para la construcción de dos blindados, continúan con España las representaciones diplomáticas, conversaciones a fin de obtener la devolución de las islas Chincha y el otorgamiento de una amplia satisfacción por la afrenta hecha al Perú con lo que consideran un acto de
piratería internacional.
Por su parte, el Congreso expide la ley de
9 de septiembre de 1864 que autoriza al Ejecutivo para que "haga la guerra el gobierno de España" y expulse a los españoles de las islas en que se ha arriado el pabellón del Perú.
Pero el tiempo transcurre sin que se restituyan las islas y el conflicto se agudiza. Y cuando más arrecia la excitación pública, el Gobierno del Perú, por intermedio de su comisionado, el general Manuel Ignacio de Vivanco, celebra con el almirante español José Manuel Pareja, que ha reemplazado a Pinzón en el mando de la flota española, el tratado conocido con el nombre de Vivanco–Pareja; mas el pacto, suscrito a bordo de la fragata Villa de Madrid bajo la presión de un inaudito ultimátum, es inaceptable.
No obstante que expresamente se desaprueba la ocupación de las islas y el alegado título de reivindicación de derechos, el arreglo hiere el orgullo nacional de los peruanos y hace que se intensifique la indignación popular. Y es que por el tratado, además de aceptar el Perú el reconocimiento de los créditos que pudieran existir a favor de súbditos españoles desde la época de la
independencia, con la intervención de un comisario regio en las discusiones se conviene en el pago de tres millones de pesos fuertes a favor de la Corona de España; suma que se abona de inmediato para cubrir, en concepto de indemnización, los gastos que la escuadra agresora ha soportado desde que ella misma promovió el conflicto con el grave atentado del 14 de abril de 1863. Se consigna también en el tratado el hecho inexacto de que el Perú se había negado a aceptar la devolución de las islas.
La situación se agrava con el repudio del tratado por la opinión pública. No se concibe cómo el país que ha sido víctima del atropello pueda acabar indemnizando al agresor. Las explicaciones del gobierno de que al devolver las islas se ha saludado a la bandera y que el arreglo pactado constituye un sacrificio que salva al país de los horrores de la guerra son insostenibles, en el caldeado ambiente político, propicio a la revuelta, que no se hace esperar.
El
28 de febrero de 1865 estalla en Arequipa la revolución que encabeza el prefecto coronel Mariano Ignacio Prado. En Chiclayo el coronel José Balta secunda el movimiento y se levanta en armas el 12 de abril. La revolución se organiza y el coronel Prado asume el cargo de comandante en jefe de la Revolución Restauradora y el coronel Balta, el de segundo comandante. El jefe político al que corresponde gobernar el país, en su carácter de segundo vicepresidente de la República, es el general Pedro Diez Canseco.
La insurrección progresa en todos los frentes y las tropas restauradoras del norte y del sur avanzan sobre la capital y ganan nuevas poblaciones. Parte de la escuadra peruana, al mando del capitán de fragata Lizardo Montero, se adhiere al movimiento. La Amazonas, el Tumbes y el Lerzundi obedecen sus órdenes.
Entre tanto, Grau, que ha dejado Inglaterra el
5 de febrero, se dirige con la Unión hacia las islas Madeira, junto con la América, comandada por el capitán de corbeta Juan Pardo de Zela. El 12 siguen los dos buques a Cabo Verde donde tocan el 20 y el 22 continúan viaje a Río de Janeiro, puerto al que arriban el 6 de marzo. Aquí Grau se dedica a componer la máquina de la corbeta que ha sufrido desperfectos en la travesía. El 26 parte en convoy con la América pero, al siguiente día, después de navegar más de 100 mi, Grau se ve obligado a regresar a puerto. Un furioso temporal causa graves daños a la Unión en su arboladura, al extremo de tener que ser remolcada por la América. De vuelta en Río de Janeiro las reparaciones de la Unión, entorpecidas por incesantes lluvias, demoran dos largos meses. Recién el 6 de junio, Grau puede hacerse a la mar. Un mes después, el 6 de julio, fondea la Unión en Valparaíso.
Ya desde el 1 de mayo, el presidente Pezet había ascendido a los comandantes de las dos corbetas. El artículo único de la orden general de la Armada, transcrita en oficio de
6 de mayo dice: "Su Excelencia el Presidente con fecha 1º del actual, y con abono a la antigüedad del 31 de marzo último, ha expedido a favor del capitán de corbeta don Juan Pardo de Zela, despacho de capitán de fragata efectivo; para el teniente primero don Miguel Grau el de capitán de corbeta" (corre en el libro respectivo del escalafón de Marina, en la página 70) "y al alférez de fragata don José E. Castañón el de teniente segundo".
Grau en Valparaíso se informa de la grave situación que atraviesa el Perú y expresa a la oficialidad del buque su firme resolución de combatir al lado de las fuerzas de Prado y de Balta. Nada vale ante él la solicitud que en nombre del Gobierno de Lima le formula su anciano padre, que ha hecho viaje a
Chile con el sólo propósito de entregarle un mensaje personal del presidente de la República en el que le pedía sumisión al régimen constitucional. La Unión se une así a la escuadra rebelde y presta todo su apoyo a los ejércitos que combaten al gobierno.
Grau, como comandante de la Unión, realiza las operaciones que más convienen al éxito de la revolución. Patrulla las costas, traslada tropas, vigila puertos, transmite informes y ejecuta distintas comisiones para la causa que defiende. En premio a los méritos efectuados y en pleno período revolucionario, es ascendido, el
22 de julio, a la clase de capitán de fragata por el segundo vicepresidente de la República, el general Pedro Diez Canseco, que se encuentra esos días en la sierra del centro en unión del coronel Mariano Ignacio Prado, después de dominar todo el sur. Es interesante el documento que corre en original en el archivo del ex Ministerio de Marina, escrito por Miguel Grau, parte que eleva a la Comandancia General de Marina el 5 de octubre de 1865, estando al ancla en el puerto chinchano de Tambo de Mora (ver Parte elevado por Miguel Grau a la Comandancia General de Marina el 5 de octubre de 1865).
El Gobierno de Lima, por su parte, da de baja del cuerpo de la Armada, por orden general de
16 de agosto, a Grau junto con otros marinos que se habían adherido a la revolución. La revolución prosigue y los combates se suceden en todas partes, con resultados favorables a los insurrectos. El coronel Balta en el norte obliga a rendirse a las tropas adictas al régimen: Piura, Chiclayo, Trujillo, Cajamarca y Huaraz reconocen la autoridad de Balta. Ganado el norte, gran cantidad de tropas viaja del norte a Pisco, para unirse con las del sur en Chincha y emprender en conjunto un más vigoroso empuje sobre la capital. Los ejércitos revolucionarios entran en Lima el 6 de noviembre y obligan a capitular a las fuerzas del general Pezet.
Organizado el nuevo gobierno por el general Pedro Diez Canseco, se realiza en la capital el
26 de noviembre un gran mitin popular en el que con aceptación de jefes del ejército se propone la dictadura, que el presidente rechaza. La dictadura es aceptada por el coronel Mariano Ignacio Prado, jefe de la revolución triunfante.
Se prepara sin demora al país para la guerra con España. El
15 de diciembre el Perú firma con Chile, que ya se encuentra en guerra con España desde el 6 de octubre, un tratado de alianza ofensiva y defensiva, al que después se adhieren Bolivia y Ecuador, y el 14 de enero de 1866 se formula de declaración del estado de guerra con España como culminación de los ideales de la revolución restauradora.
Combate naval de Abtao
Ajustada la alianza con Chile por el tratado de
5 de diciembre de 1865 y en víspera de la declaratoria de guerra a España, el Gobierno del Perú apresura la formación de una División Naval, bajo las órdenes del capitán de navío Manuel Villar, la que queda integrada por las fragatas Amazonas y Apurímac y las corbetas Unión y América, recién llegadas de Europa. A fines de diciembre salen hacia el sur para unirse a la Escuadra chilena, compuesta por la Esmeralda y la Covadonga, ésta última capturada poco antes a los españoles entre Coquimbo y Valparaíso. La escuadra navega rumbo al Estrecho de Magallanes para dar encuentro a los blindados peruanos Independencia y Huáscar, recientemente construidos, que se esperaba ya hubiesen salido de los astilleros ingleses rumbo al Callao.
El
15 de enero de 1866, al día siguiente de la declaratoria de guerra a España, la División del Comandante Manuel Villar llega a Chayahué, apostadero de la Escuadra chilena en Chiloé, al abrigo de la isla de Abato. Ese mismo día la Amazonas, al introducirse por uno de los estrechos canales de Abato, naufraga, quedando su casco varado en la playa.
Días después, el
21 de enero, las fragatas españolas Villa de Madrid y Blanca salen de Valparaíso en busca de la Escuadra aliada para empeñar combate. En la tarde del 7 de febrero, las fragatas españolas se aproximan resueltamente a los canales de Abtao. Se baten por parte de Perú, la fragata Apurímac, a órdenes del Jefe de la Flota capitán de navío AP Manuel Villar y las corbetas Unión y América, a órdenes de los capitanes de fragata AP Miguel Grau Seminario y Manuel Ferreyros. Interviene la goleta chilena Covadonga al mando del capitán de corbeta Manuel Thomson Porto Mariño.
Luego de dos horas de intenso fuego, las fragatas españolas abandonan los canales de Abtao con serias averías y el convencimiento de que no era posible forzar la resistencia naval de la escuadra aliada. A los pocos días después del combate naval de Abtao, la escuadra aliada se traslada a
Huito, cuyo canal de acceso tiene mejores defensas que el apostadero de Chayahué.
Atestiguando la valía de las corbetas peruanas, el comandante de la Villa de Madrid, Claudio Alvear Gonzáles, en el parte que sobre el combate de Abtao pasó al Jefe de la Escuadra española decía, lo siguiente: “Los tiros más certeros, de más alcance y de más efecto fueron los de las dos corbetas peruanas América y Unión”. Por su parte el Jefe de la Escuadra chilena
Juan Williams Rebolledo, reconociendo el triunfo de Abtao, felicitó al capitán de navío Manuel Villar con la siguiente carta:
Aproximándose la salida del vapor de la carrera y deseando imponer al Supremo Gobierno el hecho de armas que tuvo lugar el 7 del actual y que V.S. con tanto acierto dirigió, espero que V. S. me dará los pormenores a fin de comunicarlos. Esta oportunidad me permite congratular a V. S. y a los Jefes, Oficiales y tripulaciones peruanas, por el arrojo y serenidad que han manifestado durante las dos horas que duró el combate, bajo un fuego sostenido por ambas partes y por el resultado favorable que se ha obtenido, el cual se debe a la Escuadra del Perú. V. S. sabe bien cuanto importa la derrota que han sufrido las naves enemigas y la prueba que han dado sus subordinados es un motivo poderoso para esperar más tarde un espléndido triunfo.
Después de derrotar a las fragatas españolas en Abtao, las corbetas Unión y América salen el 25 de marzo nuevamente en dirección sur al Estrecho de Magallanes, para alcanzar a los nuevos blindados peruanos, que con toda seguridad estaban en viaje al Perú. De retorno, sin encontrar a los blindados, Grau al mando de la Unión, fondea en Valparaíso, que había sido impunemente bombardeada el
31 de ese mes por la escuadra española. Recogiendo en este puerto al almirante Manuel Blanco Encalada, nuevo Jefe de la Escuadra chilena y algunos otros marinos, la Unión retorna a Huito, en donde permanece hasta el 15 de mayo en que se dirige nuevamente a Valparaíso. De este puerto, vuelve al sur hacia Ancud, para reunirse con el resto de la flota aliada, en espera de los acorazados peruanos.
En el norte, la guerra continúa y el almirante español Casto Méndez Núñez, al mando de siete navíos, decide incendiar el Callao, así como lo ha hecho con Valparaíso. Cumpliendo su anuncio, el
2 de mayo rompe los fuegos de 300 cañones sobre el puerto peruano. Después de más de cuatro horas de intenso bombardeo, la Escuadra española se retira en derrota, con sus naves averiadas, para no regresar jamás. Ese día los peruanos lavaron la afrenta al honor nacional peruano por la alevosa ocupación de las islas Chincha. En dicho combate muere el ministro de Guerra y Marina, José Gálvez, tribuno liberal.

Arresto en la isla de San Lorenzo
La fragata Independencia y el monitor Huáscar, que el Perú esperaba ansiosamente, salieron de sus respectivos astilleros del Támesis y del Mersey, en enero de
1866, al mando de los comandantes Aurelio García y García y José María Salcedo. Los buques se juntan en Brest el 20 de febrero y el 27 dejan ese puerto con rumbo a Funchal, donde arriban el 4 de marzo. El 7 zarpan rumbo a San Vicente, en el archipiélago de Cabo Verde, en donde anclan el 12. El 1 de abril, después de un accidentado viaje, fondean en Río de Janeiro. El 24 de mayo, son avistados por la América en el Estrecho de Magallanes. Y el 7 de junio arriban a Ancud, donde se reúnen con el resto de la Escuadra peruana. El 11 de junio, la Escuadra peruana, sale con rumbo a Valparaíso, puerto en el que permanecen anclados cerca de dos meses, a órdenes del capitán de navío Lizardo Montero, que ha sucedido en el mando al almirante Salcedo. La flota espera en Chile, órdenes del Gobierno de Lima.
Mientras la Escuadra peruana se movilizaba como se describe en el párrafo anterior, el Gobierno de Lima, después del combate naval del 2 de mayo, tenía en proyecto una expedición naval a
Filipinas con los nuevos blindados, a fin de desalojar de esas islas a los españoles. Para realizar esa audaz empresa el Gobierno peruano contrata en Estados Unidos de América al contralmirante USN John R. Tucker, quien arribó a Valparaíso a principios de julio, asumiendo sus funciones de Jefe de la Escuadra. La insignia fue izada precisamente en la Unión, la nave que Miguel Grau comandaba. Antes que el almirante John R. Tucker asumiera el mando, los marinos peruanos, noticiados que la Escuadra peruana iba a ser comandada por un almirante extranjero, escribieron al Gobierno de Lima, expresando la penosa impresión que les causaba esa resolución que, en buena cuenta, significaba dudar de su lealtad y competencia y solicitaron que el nombramiento del almirante Tucker, fuera revocado o en su defecto, que se accediera al relevo de sus puestos.
El Gobierno de Lima desechó la petición de los comandantes y jefes de los buques anclados en Valparaíso y, el
23 de julio, expidió una resolución suprema, por el ramo de Guerra y Marina, disponiendo que el Secretario de Estado en el despacho de Hacienda y Comercio, don Manuel Pardo, viajara a Valparaíso, investido de amplias facultades, para arreglar todo lo concerniente al servicio de la Marina. Dos días después en el transporte de guerra Callao, parte el Secretario de Estado, llevando consigo a los jefes y oficiales de Marina que debían llenar las plazas vacantes, de conformidad con las instrucciones recibidas.
Al arribar a Valparaíso el Secretario de Estado Manuel Pardo, transcribe al capitán de navío Lizardo Montero, Comandante de la Flota, la resolución del
23 de julio. Como los marinos insistieron en su renuncia, el señor Pardo les dirigió una nueva comunicación, el 3 de agosto, en los siguientes términos: “En virtud de la nota que he tenido el honor de poner en manos de U. S. y de las órdenes supremas, sírvase U. S. disponer que se haga reconocer como comandantes de los buques de guerra a los siguientes jefes: al capitán de navío don José María Salcedo, como Comandante del monitor Huáscar; al capitán de navío don José María García, como Comandante de la fragata Independencia; al capitán de fragata, don Juan Pardo de Zela, de la corbeta América; y al capitán de corbeta don Camilo Carrillo, de la corbeta Unión”.
Dos días después se remitió a los marinos la siguiente orden circular: “Que los jefes, oficiales y guardiamarinas se presenten en 24 horas a bordo de los buques a donde harán renuncia, por el conducto regular, los que no quisieran continuar en el servicio. Los que no cumplieses con venir quedarán declarados desertores de la armada al frente del enemigo”. Luego, se ordenó a los renunciantes que se embarcaran en el transporte Callao en el que serían llevados el primer puerto de la república del Perú.
Los jefes y oficiales de los buques surtos en la rada de Valparaíso, se sometieron a las disposiciones del Gobierno peruano, y entregaron los buques a los marinos embarcados en el transporte Callao para reemplazarlos. Miguel Grau dejó la Unión al capitán de corbeta Camilo N. Carrillo. Los marinos renunciantes, llegados al Callao el
15 de agosto, fueron llevados a la isla San Lorenzo, frente a La Punta, Callao, en condición de arrestados. Sumaban más de treinta los marinos arrestados. En el diario El Comercio del 16 de agosto de 1866, se inserta un telegrama del Callao del día anterior, que dice así: "A las 5 ½ ha fondeado el vapor de guerra nacional Callao, procedente de Valparaíso, de donde salió el 8 del presente. Vienen a su bordo el comandante Montero y todos los jefes y oficiales que se negaron a reconocer al contralmirante Tucker. El Callao fue puesto en incomunicación”. El 24 de septiembre de 1866, desde Valparaíso el contralmirante John R. Tucker agradece el despacho de contralmirante de la Armada del Perú, que le confiere el Gobierno “durante la guerra con España”.
En la isla San Lorenzo los marinos fueron sometidos a juicio acusados de insubordinación, deserción y traición. Rosendo Melo, en su libro Historia de la Marina del Perú, editado en Lima, en
1907, cuenta que esta detención fue sólo nominal, lo mismo que el sumario y dice: “El cautiverio no impedía pasar la mayor parte de su tiempo en Lima o en paseos por la isla, cuando no lo empleaban a bordo en ejercicios de esgrima, de tiro o de natación. Montero florete en mano no se dejaba tocar. Grau, nadando era un pez”.
El juicio duró seis meses. El
24 de enero de 1867 los jefes y oficiales detenidos fueron llevados de la isla San Lorenzo al puerto del Callao, en donde quedaron presos, teniendo la ciudad por cárcel. Al día siguiente, entró en funciones el Consejo de Guerra, en el local de la extinguida Comandancia General de Marina, presidido por el mariscal Antonio Gutiérrez de la Fuente e integrado por los generales de división, Manuel Martínez de Aparicio, y José Rufino Echenique y por los generales de brigada, Pedro Cisneros, Baltasar Caravedo, Luis La Puerta y Nicolás Freyre. El comandante Miguel Grau Seminario tuvo como defensor al orador e insigne abogado de la segunda mitad del siglo XIX, Luciano Benjamín Cisneros. La defensa de Cisneros se basó en que no hubo insubordinación, por cuanto Grau había acatado las órdenes del Gobierno al embarcarse en el transporte Callao, que no hubo rebelión, por cuanto “sólo había planteado una renuncia y finalmente, que no podía ser desertor, por cuanto el Gobierno lo había separado de su cargo”. Además el hecho de indisciplina quedaba descartado, al haber presentado su petición antes de que el comodoro Tucker se hiciera cargo de su puesto.
El
9 de febrero de 1867 culminaron las defensas y el Consejo pasó a sesión secreta. El 11 se dictó sentencia y, por unanimidad de votos, el Consejo declaró inocentes a todos los procesados.
Repuesto en sus derechos y prerrogativas y salvado su honor de marino, Miguel Grau pide licencia a la Comandancia General de Marina, en oficio de
30 de marzo de 1867 para ocuparse en la marina mercante “en ejercicio de su profesión naval”. El 2 de abril la licencia es concedida y, cuatro días después, Grau formula otra en que solicita, de conformidad con las ordenanzas navales, permiso para contraer enlace con la distinguida dama limeña Dolores Cabero y Núñez. Otorgada la autorización, el matrimonio se realiza en la parroquia del Sagrario en Lima el 12 de abril de ese año. Apadrinan la boda el general Miguel Medina y la señora Luisa Núñez de Cabero. Los testigos son tres íntimos amigos del novio, marinos también: Manuel Ferreyros, Aurelio García y García y Lizardo Montero. Ya se les conocía por ese entonces como los Cuatro Ases de la Marina.
A poco de los hechos relatados, el contralmirante John Tucker cesó en el mando de la escuadra, recibiendo en cambio, una comisión para exploraciones en los ríos de la
selva amazónica peruana, volviendo el comando de los buques a los marinos peruanos.
Miguel Grau en el monitor Huáscar
El
31 de agosto de 1867 se promulga en el Perú una nueva Constitución, que reproduce las exageradas reformas liberales de la Carta de 1856, abolidas por la Constitución de 1860. Su extremismo ideológico para la época, hace que estalle la insurrección, acaudillada en el sur por el general Pedro Diez Canseco y en el norte por el Coronel José Balta. El ambiente popular exaltado, favorece la causa revolucionaria que, en Arequipa y Chiclayo, triunfa después de sangrientos combates.
Miguel Grau que desde mayo de 1867 sirve en la marina mercante, en un barco inglés, es llamado a reincorporarse a la
Armada del Perú por el General Pedro Diez Canseco, que ha vuelto a la Presidencia de la República el 22 de enero de 1868.
El
27 de febrero Grau es comandante del monitor Huáscar, con el grado de capitán de fragata, cargo que va a retener más de ocho años consecutivos y que sólo dejará en 1876 cuando se incorpora al Congreso como diputado por Paita, para reasumirlo después en 1879 al empezar la Guerra del Pacífico que enfrentó a Bolivia y Perú de un lado y Chile de otro. Es por eso que hablar del monitor “Huáscar, es hablar de Grau.
Aquel buque, el Huáscar, fue bautizado con ese nombre por designación expresa del General Pezet, que impartió con tal objeto una Orden General el
13 de septiembre de 1865. La referida Orden justifica el nombre así ...nombre que por ser el del último Monarca legítimo que ocupó el trono de los Incas, encierra en sí grandes recuerdos históricos”.
Fue estando en el Huáscar, buque de su predilección, que Grau recibe el
25 de julio de 1868 el ascenso a capitán de navío graduado, que le confiere el presidente de la República, el general Pedro Diez Canseco. Grau sólo tiene 34 años de edad.
Una semana después del ascenso de Grau, el
2 de agosto de 1868, asume la Presidencia de la República, en elecciones libres, el Coronel José Balta, de limpia trayectoria militar y política y una de las figuras más puras y de mayor relieve de la historia peruana. Grau es amigo y gran admirador de Balta desde años atrás. Ambos han peleado en el mismo campo, en defensa de los mismos ideales, en 1865 contra el Tratado Vivanco–Pareja, y luego en la guerra con España. Balta que aprecia a Grau y conoce sus cualidades, lo confirma en el mando del Huáscar durante los cuatro años de su periodo de gobierno.
Con el advenimiento de Balta al poder se inicia en el Perú una época de efectiva paz social y de auténtica prosperidad en todas las actividades nacionales. Se ejecutan grandes obras públicas,
caminos, ferrocarriles, puentes, muelles, irrigaciones, puertos, progresando en infraestructura el país en forma que no tiene precedentes en la historia peruana. Lo que nadie se dio cuenta en aquella época es que la aparente bonanza que gozaba el país, era producto de los empréstitos de la casa Dreyfus, producto de la estafa que esta casa hizo al Gobierno peruano luego de la firma del Contrato Dreyfus, como se le conocía. Más o menos y en pocas palabras, el Contrato Dreyfus, establecía que esta casa judía, obtenía los derechos en forma monopólica, para la explotación y comercialización del guano y el salitre, a la sazón la mayor riqueza del Perú por esa época. La casa Dreyfus a cambio, debía pagar con las utilidades que le reportara al Gobierno peruano. Como por aquella época el Perú no gozaba de liquidez, el Gobierno solicitó adelantos a cuenta de esa “liquidación de utilidades”; la Casa Dreyfus negó el adelanto de utilidades y ofreció un empréstito por el monto de las utilidades pagadero con las utilidades que debía la Casa Dreyfus más intereses. El Gobierno del coronel José Balta, cayó en tan infantil estafa y acepta dicho empréstito usurero, endeudando al Perú y sin poder cobrar ni un centavo de las utilidades por las riquezas naturales de su territorio. No contentos con ello, la Casa Dreyfus, en forma sistemática, subvaluó los precios del quintal que reportaba al Gobierno así como su peso real de exportación, sumando a la estafa anterior, otra tan o más grave. Por ello la aparente bonanza económica del gobierno del coronel Balta, fue irreal. Con los bolsillos llenos por haber enajenado los recursos naturales del Perú, Balta se volvió un “constructor compulsivo”, y, que años después, lamentaría la República y la Nación.
Por aquella época, ya Grau gozaba de alto prestigio internacional, como experto marino y hombre recto de imparcial criterio, que es designado árbitro para que se pronuncie sobre las responsabilidades derivadas de una colisión entre dos buques de guerra extranjeros, uno inglés, Glaid Maiden y otro estadounidense Kit Carson, pronunciando su fallo en noviembre de 1868.
Por la connotación que tuvo, se reproduce la noticia que el diario El Comercio de Perú hace en sus ediciones del
5 y 12 de noviembre de 1868:
“Los Comandantes de ambas naves depositaron su confianza en el Comandante del Huáscar, abrigando la seguridad de que el fallo sería expedido con plena justicia. Grau, en el fallo que dicta, dice así: “Que los capitanes de ambos buques han tenido omisiones y descuidos en procedimientos y maniobras y no han obrado con el acierto que debían; que aunque los daños que se derivan de la colisión son recíprocos y mayores los de un buque respecto del otro, dichos daños no son sin embargo imputables al uno más que al otro capitán; y que cada uno reporte sus propias averías por haber sido, recíprocamente, causantes de los daños. Y por esta sentencia, en justicia, así lo resuelvo, pronuncio y firmo, en el Callao a 10 de noviembre de 1868. Miguel Grau, Comandante del Huáscar”
.
El
26 de enero de 1869, Balta promulga la ley de gratitud nacional a los vencedores del 2 de mayo y Abtao. Grau, que comandaba la Unión en el Combate Naval de Abtao, recibe el título de benemérito a la patria en grado heroico. La condecoración que se le impone en el pecho, es de oro, esmaltada, con la siguiente inscripción en el anverso: “Fue uno de mis defensores”; y, en el reverso: “7 de febrero de 1866”.
Ese mismo año, el Presidente Balta, con fecha
22 de octubre, expide una resolución en donde se reconoce a Grau como abono a su tiempo de servicios, el tiempo que estuvo navegando en buques mercantes después de promulgarse la ley de reparación del 11 de abril de 1861, así como el posterior periodo que pasó igualmente en la marina mercante inglesa al finalizar el juicio por la cuestión Tucker. Por su mérito se agrega a los servicios reconocidos tres años y cinco meses más a su favor.
Durante el Gobierno del coronel Balta, Grau se convierte en uno de los más eficientes colaboradores y obtiene varias comisiones como estudio de las condiciones hidrográficas de varios puntos de la costa peruana, a fin de habilitar nuevos puertos. Tampoco descuida la formación militar de la tripulación del buque a su mando. En febrero de
1869, se dirige al mayor de Órdenes del Departamento, en donde le dice, entre otras cosas: “Hace diez meses que la tripulación del buque de mi mando no ha hecho ejercicios de rifle a fuego, por lo cual espero que U. S., se sirva dar el correspondiente permiso para efectuarlo”, logrando conseguir la autorización respectiva para estos ejercicios de fuego.
En junio de
1870, Grau recibe una comisión, para viajar a Chile, con su buque el monitor Huáscar. Recorre los puertos del sur de nuestro litoral y la costa boliviana, arribando a Valparaíso. La misión consistía en escoltar al bergantín francés Lucie, que trae cargamento de armas para el país, adquiridas por el Presidente Balta y llega al Callao el 27 de julio. Cumplida la misión de escoltar al bergantín francés. En Chile, no sólo espera al buque francés sino que observa la escena político y militar y ya de retorno al país da sus personales informes al Presidente José Balta.
Aparentemente, la Marina de Guerra del Perú, progresa. Y es que el Presidente Balta, al error de firmar el Contrato Dreyfus, vuelve a cometer otro error gravísimo al adquirir los monitores fluviales Manco Cápac y Atahualpa, de lento andar (no desarrollaban más de 2
n), que tuvieron que llegar al Perú remolcados, con lentos cañones, si bien de 500 libras, pero de lenta avancarga y de hierro dulce que impedían sostener una cadencia de disparo, porque podían fundirse por el calor; en conclusión, compró chatarras para la Marina de Guerra del Perú. Lo grave es que aún sabiendo que eran monitores fluviales y que iban a ser usados en el mar, los compró. Por ello, es uno de los responsables que años más tarde el Perú con cara a la guerra, se encontrara desarmado.
Lo peor, es que los informes personales de Grau, eran gravísimos; informes, que fueron confirmados en enero de
1872 por el Cónsul del Perú en Valparaíso, coronel Adolfo Salmón. Esta confirmación del Cónsul peruano, daba cuenta de la decisión del Gobierno de Chile de adquirir en Inglaterra dos blindados, para aventajar al Perú en el mar; Balta, entonces, decidió incrementar nuestra Armada con dos acorazados de mayor blindaje y poder que los que contratara Chile, a fin de mantener la preponderancia naval peruana. Es así que Balta con cargo a dar cuenta al Congreso, firma una resolución suprema, el 14 de febrero de 1872, con acuerdo del Consejo de Ministros, ordenando la construcción en Inglaterra de poderosos acorazados con mayor poder de fuego que los que Chile pretendía adquirir, además de dos cañoneras guardacostas y armamento terrestre. Para este efecto envía a Londres, una misión naval presidida por el capitán de navío Manuel J. Ferreyros, que se desempeñaba como Comandante General de la Marina.
La Comisión Naval, llegó a concertar en mayo de
1872, los contratos para la construcción de dos acorazados de 3.000 t cada uno, 15 mi de andar, 9 pulgadas de blindaje y cañones de 500 libras, que eran de indiscutible superioridad a los dos blindados que mandó construir Chile, el Almirante Blanco Encalada y el Almirante Cochrane, de 2.200 t cada uno, blindaje de siete pulgadas, andar de doce millas y cañones de 300 libras. Y aquí aparecen las consecuencias del tremendo error del inefable coronel Balta, al firmar los empréstitos usureros con la casa judía Dreyfus: al enterarse de las negociaciones para la adquisición de los acorazados, la usurera Casa Dreyfus Hnos., Agentes Financieros del Perú en París, exigen de que antes de proporcionar los fondos para la construcción de los acorazados se arreglasen sus cuentas; estando la casa estafadora, monopolizando y comercializando el guano y el salitre peruano, y estafando al Gobierno peruano en el precio y el peso, subvaluando ambos, con la finalidad de obtener más ganancias. Lo anterior y el asesinato del coronel José Balta, ocurrido en julio de 1872, impidieron se llevara a cabo el proyecto trazado.
La revolución de los hermanos Gutiérrez
El Presidente Balta condujo el agitado proceso electoral del año 1872, resultando elegido
Manuel Pardo, distinguido estadista de reconocidos méritos; el coronel Tomás Gutiérrez a la sazón Ministro de Guerra y Marina, decidió oponerse a la voluntad popular y dar un golpe de estado, con el acuerdo y conformidad de sus tres hermanos, los coroneles Silvestre, Marceliano y Marcelino Gutiérrez. Organizada la revuelta, el 22 de julio, once días antes de la transmisión del mando, se ejecuta la traición ante el asombro del pueblo y se disuelve el Congreso, cuando ya éste había aprobado declararlos delincuente de “lesa patria” y que se encontraban “fuera de la ley”.
La revuelta comenzó a fracasar ya que los únicos cuerpos que se unieron a Tomás Gutiérrez, fueron los que mandaban sus hermanos. Para someter a la Escuadra, el Ministro de Guerra y Marina, envía una orden al Comandante General de Marina, capitán de navío Diego de la Haza, que dice así: “Señor Comandante General de Marina. Ordene Ud., que la Escuadra secunde el movimiento que se ha hecho en Lima. Se ha botado al Congreso y don José Balta está preso. Su afecto amigo Tomás Gutiérrez. Lima, julio 22 de 1872”.
El telegrama anterior es rechazado por los jefes de la Armada, por lo que nuevamente Tomás Gutiérrez, ya instalado en Palacio de Gobierno en Lima, vuelve a enviar otro documento, ordenando a la
Armada ponerse bajo la autoridad del nuevo Gobierno que él preside. A esta nueva orden, los jefes de la Armada vuelven a rechazarla incluyendo al capitán de navío Diego de la Haza, quien contestó en esos términos a Palacio de Gobierno.
"La noche del 22 de julio, los comandantes de los buques luego de reprobar unánimemente el golpe revolucionario y de negarse a prestar su concurso al Dictador, se reúnen en la Comandancia General de Marina". Miguel Grau que había ordenado encender las
calderas de su buque, indignado ante los acontecimientos sucedidos en la capital, sugiere que los comandantes de los buques se trasladen al vapor “Marañón”, con la finalidad de tomar una decisión sobre la actitud a tomar. En dicha reunión se acordó movilizar la Escuadra y zarpar rumbo a la isla San Lorenzo, para ahí, tomar con amplias libertades determinaciones definitivas. El día 23 de julio, los jefes y oficiales de la Escuadra, encabezados por Grau, suscriben una proclama contra el golpe revolucionario y reafirman su decisión de luchar por el restablecimiento del orden y la ley. Firman este documento los siguientes Jefes y Oficiales de Marina: Miguel Grau, Aurelio García y García, Samuel Palacio, Camilo N. Carrillo, Carlos Ferreyros, Miguel Ríos, Julio Sagasti, Manuel Melitón Carvajal, Simón Cáceres, Carlos Arrieta, F. M. Frías, Amaro G. Tizón, Ruperto Gutiérrez, Ramón Freyre, M. Espinosa, Darío Gutiérrez, Enrique Carreño, Pedro Rodríguez Salazar, Eugenio Rasgada, Serapio Tejerina, Arístides de la Haza, Antonio Jimeno, Andrés Rey, Manuel Dávila, Bernabé Carrasco, Miguel Dodamonte, A. Gerardo Carrillo, Carlos R. Colmenares, Manuel C. de la Haza, Agustín Arrieta, Froilán Miranda, José C. Valencia, Federico Delgado, Francisco León, José Melitón Rodríguez Pérez, Manuel Valderrama, Máximo Tafur, Tomás M. Cárdenas, Manuel Aparicio, Julio Jiménez, Ezequiel Fernandini, Francisco Guerci, Francisco Flores, Manuel T. Reyes y Francisco Miranda. Firmada la proclama, se hace circular por el Callao y Lima y la Escuadra se retira del Callao y fondean el 24 en las islas Chincha, al sur del Callao y continúan viaje al sur. El 26 la Escuadra llega a Islay. Ese día, ya fracasada la revuelta, el Presidente José Balta es asesinado vilmente, en el cuartel San Francisco, en donde estaba detenido.
Enterado el pueblo del bárbaro asesinato del Presidente Balta, su reacción fue tremenda. Los coroneles Gutiérrez caen en mano de la furia popular exasperada por la desaparición del coronel José Balta, a quien todo el Perú admiraba y quería. Los Gutiérrez, ese mismo día, pagan con su vida el horrible crimen cometido. Lima convulsionada vive horas de pavor y de tragedia.
Mientras en Lima ocurren los sucesos descritos, en el sur, Miguel Grau, desde el “Huáscar”, fondeado en Islay, dirige una extensa circular encaminada al derrocamiento de la dictadura dirigida a los prefectos de
Arequipa, Cusco, Puno, Moquegua y Tacna, a los subprefectos de Arica e Islay, a los Presidentes de las Cortes Supremas de Arequipa, Puno y Moquegua y a los alcaldes municipales de Tacna y Tarapacá. La circular da cuenta de los hechos ocurridos en Lima y la posición de rechazo a la dictadura asumida por la Escuadra. El 1 de agosto ya restablecido el orden y la normalidad, en el país, el comandante Grau, promotor de la resistencia, envía al señor Ministro de Guerra y Marina, el informe detallado de los sucesos acaecidos en la Armada Peruana, desde el 22 de julio en que estalló la revolución. En ese informa da cuenta que el día 29 de julio a las 19H00, en el puerto de Pisco, se enteró del asesinato del Presidente Balta y del restablecimiento del orden en la Capital, por lo que zarpó inmediatamente con destino al Callao.
El
5 de agosto, restablecida la normalidad y estando ya en funciones el Presidente Electo don Manual Pardo, el comandante Grau, envía al Mayor de Órdenes del Departamento, capitán de navío Ezequiel Otoya, la nómina de todos los jefes, oficiales y tripulantes de los buques de la Escuadra, que se embarcaron en el “Huáscar”, la noche del 22 de julio, dispuestos a luchar contra la dictadura.
El nuevo Presidente de la República, Manuel Pardo, pocos días después de asumir el mando de la República, decide asesorarse por expertos consejeros en todo lo relacionado con las necesidades del Ejército y la Marina. Para este efecto expidió un decreto supremo, el
14 de agosto de 1872, creando Comisiones Consultivas de Guerra y de Marina. La Comisión de Marina quedó integrada por 8 jefes de la Marina de Guerra, uno de ellos fue el capitán de navío Miguel Grau. Esta Comisión se instaló el 26 de agosto y la conformaban los siguientes oficiales: contralmirante Domingo Valle Riestra, capitales de navío Manuel J. Ferreyros, Aurelio García y García, Miguel Grau, José R. Carreño, Camilo N. Carrillo, Juan Pardo de Zela y José Elcorrobarrutia. También concurrió especialmente invitado el capitán de navío Lizardo Montero, Senador por Piura.
El Huáscar, rumbo al sur


Miguel Grau con uniforme naval de la Marina de Guerra del Perú, con insignias de capitán de navío. Museo Naval del Perú en el Callao
Luego de limpiar fondos el
29 de agosto de 1872, el día 1 de septiembre, el “Huáscar” al mando del capitán de navío Miguel Grau Seminario, sale con rumbo sur del Callao conjuntamente con el “Chalaco” y llegan a Iquique el día 5. El comandante Grau tiene instrucciones precisas del Supremo Gobierno, va en busca de fidedignas informaciones sobre los sucesos que, por cuestiones limítrofes, ocurren entre las repúblicas de Bolivia y Chile y que comprometen las relaciones de buena vecindad.
Las dificultades limítrofes entre Bolivia y Chile provienen de la explotación del guano y el salitre, por compañías chilenas, como la Empresa de Salitres y Ferrocarril de
Antofagasta, en los desiertos bolivianos de Atacama. Los incidentes fronterizos se suceden no obstante que la línea de separación es fácilmente identificable. Ya en 1866, luego del combate del Dos de Mayo, en un ambiente de paz y concordia, se fijó en un tratado de límites, suscrito el 10 de agosto, el paralelo 24 como línea divisoria entre ambos países. El artículo 1º de dicho tratado decía así: “La línea de demarcación de los límites entre Chile y Bolivia en el desierto de Atacama, será en adelante el paralelo 24º de latitud meridional, desde el litoral del Pacífico hasta los límites orientales de Chile, de suerte que Chile por el sur y Bolivia por el norte, tendrán la posesión y dominio de los territorios que se extienden hasta el mencionado paralelo 24º, pudiendo ejercer en ellos todos los actos de jurisdicción y soberanía correspondientes al señor del suelo”. Pero a su vez ese tratado estableció una absurda comunidad entre los dos países, autorizando la partición por mitad de la explotación de los depósitos de guano de Mejillones y de los existentes entre los grados 23º y 25º y sobre los derechos de exportación de minerales extraídos en esa extensa zona. Así lo expresaba el artículo 2º de dicho tratado, que tenía la siguiente redacción: “No obstante la división territorial estipulada en el artículo anterior, la República de Bolivia y la República de Chile se partirán por mitad los productos provenientes de la explotación de los depósitos de guano descubiertos en Mejillones y de los demás depósitos del mismo abono que se descubriesen en el territorio comprendido entre los grados 23º y 25º de latitud meridional, como también los derechos de exportación que se perciban sobre los minerales extraídos del mismo espacio de territorio que acaba de designarse”. Y por el artículo 3º se obligaba a Bolivia a establecer en el puerto de Mejillones una aduana, como única oficina fiscal, para percibir los productos del guano, pudiendo Chile nombrar interventores para inspeccionar las entradas de aduanas y recibir la parte que conforme al tratado le correspondía.
A la caída del dictador Melgarejo, en enero de
1871, el gobierno del general Morales que le sucedió, anuló los actos de la administración depuesta y resolvió modificar el tratado de límites de 1866 celebrado con Chile, que el pueblo boliviano reprobaba, porque confería derecho a Chile para intervenir en el territorio de Bolivia y explotar el guano y las riquezas minerales existentes en el desierto de Atacama, zona exclusivamente boliviana desde que se constituyó esa república.
A fin de resolver, mediante negociaciones diplomáticas la tensa situación creada entre ambos países, Bolivia designó como Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario en Santiago a Rafael Bustillo, quien conocía ampliamente el problema de límites con el vecino país. Las gestiones de Bustillo ante el Presidente de Chile
Federico Errázuriz Zañartu, en el sentido de confirmar el paralelo 24 como línea divisoria de ambos territorios y anular el artículo 2º del tratado, dejando sin efecto la comunidad de bienes entre los paralelos 23 y 25, fue materia de amplias discusiones, propuestas y consultas sin que se llegara a arreglo alguno. Al final Chile insinuó a Bustillo, la compra del territorio comprendido entre los paralelos 23 y 24, lo que fue rechazado de plano por el representante boliviano. Chile, deseoso de llegar a un arreglo con Bolivia que no alterase las bases sustanciales del tratado de 1866, y viendo que esto no lo podría lograr con Bustillo en Santiago, envió a La Paz, como su Ministro a Santiago Lindsay, con las instrucciones de iniciar en La Paz las conferencias que fueron suspendidas con Bustillo.
Cuando Bustillo estaba próximo a regresar a Bolivia, en julio de
1872, el general boliviano Quintín Quevedo, adicto a Melgarejo, armó en Valparaíso una expedición y desembarcó en Antofagasta avanzando hasta Tocopilla, donde las fuerzas bolivianas lo rechazaron; Quevedo y sus hombres se refugiaron en un buque de guerra de Chile, la corbeta “Esmeralda”, anclada en el puerto.
Cuando ocurrían los acontecimientos descritos la escuadra chilena surcaba las costas bolivianas, lo que hacía suponer que Chile protegía las intentonas revolucionarias de Quevedo.
Grau desde Iquique cumpliendo las órdenes recibidas escribe una nota el
6 de septiembre de 1872 al Señor Ministro de Guerra y Marina, informándole del curso de los acontecimientos y dejando en ella constancia que la mayoría de los expedicionarios que acompañaron a Quevedo, eran chilenos y que la Escuadra de Chile, se encontraba en Mejillones (ver texto de la nota en Nota del 6 de septiembre de 1872 de Miguel Grau al Ministro de Guerra y Marina del Perú).
Dos semanas después, el
24 de septiembre, al ancla siempre en Iquique, Grau informa que no tiene noticias de interés que comunicar y, el 30, al arribar al Callao, de regreso de su viaje al sur, dirige una nota al Ministro de Guerra y Marina expresando que, “en respuesta a su oficio de 21 del presente, le es satisfactorio decir que no ha ocurrido novedad durante la navegación” y agrega que, en el vapor que arribó de Valparaíso el día de su salida de Iquique, “llegó al puerto de Arica el señor Bustillo, representante de Bolivia en Chile”.
Fracasada la intentona de Quevedo y de regreso Bustillo a Bolivia, prosperan en La Paz las gestiones del Ministro chileno Lindsay para determinar nuevas bases de arreglo. Se llegó así a suscribir, el
5 de diciembre de 1872, el protocolo conocido con el nombre Lindsay – Corral, por el cual se confirma el paralelo 24 como límite de Chile y Bolivia. Se estipuló asimismo, que los límites orientales de Chile eran las más altas cumbres de los Andes; que la partición por mitad de los derechos de exportación se referían, aparte de los metales, al salitre, bórax, sulfatos y demás sustancias inorgánicas; que Chile cubriría a medias con Bolivia los gastos de la administración del departamento de Cobija y que ambos gobiernos se comprometían a seguir negociando, a fin de revisar y abrogar el tratado de 1866, y sustituirlo por otro que consultara mejor los intereses de las dos repúblicas. Pero este arreglo en vez de mejorar la situación de Bolivia, la desmejoraba por los nuevos derechos y beneficios que se conferían a Chile, con facultades para intervenir mayormente en territorio boliviano y, como era natural, creó más serias resistencias en el pueblo de esta república, provocando reacciones que hicieron temer se afectara la tranquilidad en la costa occidental de América.
Como era de esperar, la Asamblea de Bolivia rechazó prestar su aprobación al citado Protocolo y ello trajo consigo que continuaran las dificultades, reclamos y divergencias entre Bolivia y Chile. Lo cierto, real y efectivo era que el desierto boliviano de Atacama había resultado ser una zona muy rica en guano, salitre y metales de
plata y cobre, productos altamente cotizados en los mercados mundiales y que el país del sur codiciaba.
Crucero por el litoral boliviano
La suscripción del Protocolo Lindsay–Corral en vez de solucionar el problema limítrofe entre Chile y Bolivia, lo agravó, al extremo de temerse un conflicto armado; el gobierno ordenó al comandante del Huáscar, zarpar nuevamente al sur, con la finalidad de conocer el curso de los acontecimientos y prevenir eventualidades. El
4 de marzo de 1873 el monitor emprende el nuevo crucero, que lo alejará del Callao por cuatro meses, rumbo a aguas bolivianas.
El 13 de marzo, estando en Iquique, Grau envía al Ministro de Guerra y Marina una comunicación dando cuenta que existe tranquilidad en el litoral, sin que haya “nada que pueda amenazar una perturbación en el orden político”. Añade que, en cumplimiento de sus instrucciones ha tratado de investigar cautelosamente los sucesos que se verifican en Chile para darse cuenta “de cualquier apresto que pudiera hacerse con algún carácter bélico”; y agrega: “no descuidaré medida alguna conducente al mejor desempeño de mi comisión”.
Once días después, el
24 de marzo, el monitor llega a Cobija y permanece en el puerto tres días. El 28, ya en Iquique, Grau escribe al Ministro de Guerra y le informa de la cariñosa acogida de las autoridades bolivianas de Cobija: Conforme indiqué a V. S., en mi oficio del 24 del presente he permanecido tres días en el puerto de Cobija, habiendo regresado a éste en la tarde de ayer. Durante mi permanencia en esas aguas me ha sido muy satisfactorio el recibimiento hecho por las autoridades bolivianas, las que me han dispensado toda clase de atenciones, no omitiendo circunstancia alguna para manifestar sus sentimientos de adhesión al Gobierno y pueblo del Perú”.
El 4 de abril, desde Iquique, Grau vuelve a informar al Ministro de Guerra “que el sur continúa sin noveda'”, además de comentar que desea que el Huáscar, sea una unidad de primer orden en batalla sometiendo para ello a su tripulación a “faenas doctrinales, haciendo diariamente ejercicios a fin de conseguir en la marinería la disciplina y moralidad que son tan necesarias”.
Satisfecho el Gobierno peruano de la forma como Grau lleva adelante su comisión, lo autoriza para que continúe los reconocimientos, al sur del litoral de la República en la oportunidad que lo juzgue conveniente. Estando Grau en estas comisiones, el gobierno expide la resolución legislativa del
23 de abril de 1873, por la que se le asciende a capitán de navío efectivo.
El
27 de mayo el Huáscar zarpa de Iquique rumbo nuevamente a Cobija, donde fondea el 28. Al día siguiente vuelve a escribir al Ministro, avisando su llegada a este puerto e informando que toda la costa se encuentra en perfecto orden. El 2 de junio da cuenta de la desfavorable acogida dispensada al tratado Corral–Lindsay, por parte del pueblo boliviano; además, vuelve a informar de los buenos tratos con que es recibido y que demuestran la sincera simpatía de ese pueblo por el peruano: "Por lo demás, la recepción hecha tanto por ese funcionario, como por las autoridades de este puerto, y las diversas circunstancias que he tenido la ocasión de hacerles atenciones cariñosas y agasajos, en cuanto me ha sido posible, no han hecho más que estrechar los vínculos y afecciones que dichas autoridades y pueblo boliviano manifiestan sinceramente por el Gobierno y pueblo del Perú, no omitiendo la ocasión de probarlo prácticamente, una vez que han tenido la oportunidad de hacerlo”.
Por el tenor de las cartas, es indudable que Grau no conocía en marzo de
1873, cuando zarpó del Callao para el sur, el Tratado Secreto de Alianza Defensiva, suscrito en Lima, por representantes de Perú y Bolivia, el 6 de febrero de ese año, por lo que tenía que llamarle la atención la cariñosa acogida de que era objeto por las autoridades de Cobija, en los meses de marzo y junio. Pero es justo reconocer, que las autoridades bolivianas de Cobija, tampoco conocían el pacto y que las recepciones y muestras de cariño tributadas a Grau y al Huáscar, comandante y buque de guerra de un país aliado, obedecían en parte a instrucciones del Gobierno de Bolivia impartidas con ese objeto.
De regreso en Iquique, Grau se dedica a otras tareas encomendadas, para mejorar el puerto de Iquique para facilitar el desarrollo de las actividades portuarias. En julio de 1873, termina el crucero a lo largo del litoral boliviano, una vez desaparecidos los peligros de más graves disputas en la zona salitrera y una vez aclarado el ambiente internacional. Sin embargo la presencia del Huáscar, en el Callao, es corta, ya que a fines del mes siguiente, nuevamente el Huáscar es comisionado al sur del litoral.
Jefe de la escuadra peruana
El
30 de abril de 1874 la Comandancia General de Marina acuerda que los buques de la escuadra se encuentren listos para zarpar para las evoluciones que deben practicar en táctica naval.
El
10 de junio la superioridad expide la esperada resolución ordenando que la escuadra practique en el mar los movimientos consignados en la obra de Táctica, que sirve de texto en la Escuela Naval. Integran esa escuadra los siguientes buques de guerra: Huáscar, Independencia, Atahualpa, Manco Cápac, Unión y Chalaco. Jefe de la Escuadra de Evoluciones se nombra al capitán de navío Miguel Grau seminario. Dos días después, el Comandante General de Marina, contralmirante Diego de la Haza, se dirige al ministro de Guerra y Marina para informarle que el capitán de navío Miguel Grau, el día 10 de junio había cambiando su insignia en el monitor Huáscar, asumiendo el mando de la escuadra.
En ejercicio del alto cargo de jefe de la escuadra de evoluciones, Grau recorre todo el litoral peruano, ordenando se ejecute a bordo de los buques toda clase de maniobras para adiestrar a las tripulaciones en conocimientos de táctica naval y manejo de la artillería. Como su experiencia le hace intuir que Perú está próximo a perder su supremacía en el mar y que acecha al Perú el gravísimo peligro de verse envuelta, en cualquier momento, en un conflicto bélico con Chile, es que se preocupa en adiestrar a las tripulaciones para el manejo hábil y preciso de las unidades navales y su potencia de fuego. El alza del salitre de Tarapacá, en zona vecina a los territorios bolivianos del desierto de Atacama, que explotan compañías chilenas, y la construcción de dos poderosos blindados por Chile en Inglaterra, uno el Almirante Cochrane, ya lanzado al agua en enero de ese año, preparándose para salir al
Pacífico y el otro por terminarse, justifican sus temores.
De otro lado, las diferencias entre Bolivia y Chile aparentan estar zanjadas en agosto de
1874, en que se firma el nuevo tratado de fronteras entre los dos países, que fija siempre el paralelo 24, desde el mar hasta la Cordillera de los Andes, en el divortium aquarum. El artículo 1º del tratado dice lo siguiente: “El paralelo del grado 24º, desde el mar hasta la cordillera de los Andes, en el divortia aquarum, es el límite entre las Repúblicas de Chile y de Bolivia”. Sin embargo, siempre se mantiene la comunidad de los dos países para la explotación y partición por mitad del guano y minerales existentes o que se descubran, entre los paralelos 23º y 25º. Se conviene, también, que los derechos de exportación que se impongan sobre los minerales que se exploten, no excederían de los que estuvieren vigentes; y que durante 25 años las personas, industriales y capitales chilenos no quedaban sujetos a más contribuciones, de cualquier clase que fueran, que las que entonces existían. Chile, consolidaba así, a mérito de este tratado, su hegemonía hasta el paralelo 23, desconociendo el paralelo 24 que había afirmado sería el límite y explotar la inmensa riqueza boliviana de esa zona. La ambición de Chile de querer la mitad de las riquezas producidas en el territorio boliviano hasta el paralelo 23, es el detonante de la posterior de la Guerra del Pacífico.
Ese mismo año, en octubre, ya disipados momentáneamente los peligros de guerra entre Bolivia y Chile, el gobierno peruano descubre que navega en aguas peruanas el buque Talismán, fletado en Inglaterra, de 140 t y en el cual, según se afirma, viaja a bordo don Nicolás Fernández Villena (
Nicolás de Piérola), ex Ministro de Hacienda del Presidente José Balta, con armamento y alzados, que persigue derrocar al régimen mediante golpe revolucionario.
En cumplimiento de las órdenes recibidas, la Escuadra de Evoluciones, sale en persecución del Talismán, que de acuerdo con las informaciones del gobierno, tocó en
Pacasmayo, en donde intentó un desembarco. Luego de activa búsqueda, el Talismán es apresado por el Huáscar en la bahía de Pacocha, cerca de Ilo, la mañana del 2 de noviembre de 1874. Buena parte del cargamento es capturado, así como la tripulación. Nicolás Fernández Villena escapa internándose hacia Moquegua.
Luego de capturar al Talismán, Grau lo envía a
Mollendo, a cargo del capitán de corbeta Leopoldo Sánchez y eleva un parte al Ministro de Guerra y Marina, fechado en Pacocha, dando cuenta de los sucesos. Hecho, el Huáscar, parte al sur para resguardar el orden (ver Parte de Grau sobre los sucesos de Pacocha).
El capitán del puerto de Ilo, Germán Paz, avisa también el mismo día 2, a la Comandancia General de Marina, que esa mañana el Huáscar apresó al Talismán, con su tripulación y parte de su carga.
Esta acción del Huáscar en Pacocha fue determinante para el triunfo de las fuerzas del gobierno, en la acción del
6 de diciembre de 1874, en Los Ángeles, lugar cercano a Moquegua que devolvió la calma al país. El mismo diciembre la Escuadra de Evoluciones se encuentra en Iquique y regresa al Callao dando término a su entrenamiento. El 20 de enero de 1875 Grau cesa en el mando de la escuadra continuando como comandante del Huáscar. El crucero ha durado siete meses.
Diputado por Paita
En
1875 Miguel Grau es requerido por el pueblo de Paita, donde él residiera los años de su niñez, para representar a la provincia en el Parlamento Nacional. El distinguido marino acepta esta distinción confiando en que podrá servir igualmente a su patria en el recinto de las leyes como lo ha hecho en la cubierta de los buques.
El
5 de julio de 1876 Grau deja el comando del Huáscar, que ha tenido durante más de 8 años y se apresta a ir al Parlamento. Pero la separación no será larga; a los tres años Grau volverá al monitor para defender a la Patria y morir por ella llenándose de gloria.
El
2 de agosto de 1876, inicia su gobierno constitucional el General Mariano Ignacio Prado, que ha sucedido a Manuel Pardo. El 4, se reconoce y califica las credenciales de Grau como diputado por Paita. Todo el pueblo de ese puerto lo ha elegido con cariño y con orgullo. Al día siguiente 5, Grau se dirige por oficio al Mayor de Órdenes del Departamento, informando que va a ocupar su curul en la Cámara de Diputados y pide se le otorgue la consiguiente licencia. El mismo día 5 de agosto, Grau presta juramento de ley en la Cámara de Diputados y pasa a formar parte de la Comisión de Marina. Su actividad como diputado es grande y eficaz, análoga a la que ha desplegado en la escuadra. Presenta interesantes proyectos que cuentan con la aprobación de su Cámara.
Concluida la legislatura Grau se desempeña por pocos como agregado al Departamento de Marina y, en enero de
1877, pide licencia por dos meses a su Superioridad para dirigirse a Valparaíso: va a traer los restos de su padre, el teniente coronel Juan Manuel Grau y Berrío, fallecido en ese puerto el 30 de noviembre de 1865. Para cumplir esta misión, se embarca en el vapor británico Eten.
Cumplida su misión de hijo, Grau, al retornar al país, cumple con informar al Gobierno su honda preocupación ante el poderío naval de Chile, que ha podido comprobar in situ en las aguas de Valparaíso, donde se encuentran fondeados los dos blindados Almirante Blanco Encalada y Almirante Cochrane, buques de guerra chilenos, inmensamente superior a los peruanos. Ha apreciado, igualmente, los aprestos bélicos de las fuerzas militares de ese país.
Apenas regresa Grau de Chile, se le designa el
7 de marzo vocal de la Junta Revisora de las Ordenanzas Navales, cargo que ejerce en el curso de ese mes y los de abril y mayo, hasta el 30, en que es nombrado comandante general de Marina.
Comandante general de la Marina de Guerra del Perú
El
1 de junio de 1877, Miguel Grau se hace cargo de la Comandancia General de Marina. Grau cumplió con llenar lo más satisfactoriamente y dentro de las posibilidades presupuestales de que dispuso, el muy importante cargo de confianza, confiado a su capacidad y competencia. Desde un principio se preocupa porque los buques de la Armada se encuentren en las mejores condiciones. Ordena se reparen en la factoría del puerto todas las deficiencias de las naves de guerra y que se limpien sus fondos. Asimismo, trata de proveerlas de pertrechos y de los elementos necesarios para su adecuado armamento y poderío; pero no pudo conseguir lo que con tanta vehemencia anhelaba, que se adquieran acorazados, para equiparar el poderío naval peruano con el poderío naval chileno.
Además de la preocupación de mantener siempre con todo su poderío a la Escuadra, Grau cumple las funciones administrativas del cargo con eficiencia. En uno de sus oficios al Ministerio de Guerra y Marina, resalta la alta preparación de alumnos y profesores de la Escuela Naval, cosa que contrasta con la falta de modernas y potentes unidades que garantizaran la integridad del territorio peruano ante la eventualidad de un conflicto armado, cosa que Grau vislumbraba cada día como más cercano.
Debiendo Grau incorporarse nuevamente el Parlamento, el
28 de julio de 1878, pone su cargo a disposición del Gobierno, con oficio del 10 de ese mes; nombrándose en su reemplazo al contralmirante Antonio A. de la Haza, cumple con entregar a éste la Comandancia el 13 de julio.
Nuevamente en la Cámara de Diputados, en julio de 1878, Grau formula otras importantes proposiciones en la Comisión de Marina, de la que sigue formando parte. En febrero de
1879, concluida la legislatura, Grau pasa nuevamente a servir en el Ministerio de Guerra y Marina en condición de agregado, pero el cargo lo desempeña 50 días, pues corren vientos de guerra en el sur y lo llama su buque, el monitor Huáscar.
Efectivamente, el
28 de marzo y en cumplimiento de una resolución del día 26 de ese mes, Grau se hace cargo nuevamente del Huáscar, en reemplazo de su anterior comandante, el capitán de fragata Gregorio Pérez.
Al mes siguiente, la Cámara de Diputados, en sesión del
28 de abril, presidida por el señor Ricardo W. Espinosa, después de leerse y aprobarse el acta de la sesión anterior, toma nota de un oficio de Grau en donde expresa que no puede concurrir a la Cámara por haberse hecho cargo del comando del Huáscar. El 4 de abril de 1879, Chile había declarado la guerra al Perú.
Guerra con Chile
Artículo principal:
Guerra del Pacífico


Antecedentes
Las razones de este conflicto pueden ubicarse hacia mediados del
siglo XVII, cuando la economía chilena se vio reducida a una condición de dependencia de los precios impuestos por los navieros y comerciantes asentados en el Perú antes de la independencia de este país. Las luchas por la independencia cambiaron esta relación en provecho de Valparaíso, pero el enorme potencial peruano se mantuvo como una amenaza latente para revertir dicha situación. La clase dirigente chilena cobró conciencia de ello y, más cohesionada y austera que su contraparte peruana, sentó las bases de una estabilidad política que llevó mayor coherencia a sus planes de largo aliento.
El Perú, por su lado, sometido a multitud de disputas internas, no logró cohesionarse y desperdició las riquezas que la naturaleza ha dotado a su territorio. Tempranamente, el mariscal Santa Cruz trató de reunificar el Alto y el Bajo Perú, formando la Confederación Peruano-Boliviana. Chile se sintió amenazado por ella e instigó y apoyó a los peruanos que rechazaban a Santa Cruz. Finalmente declaró la guerra y destruyó a la Confederación.
Por otro lado, la definición de los límites entre Chile y Bolivia era un problema latente desde los albores republicanos. Sin embargo, la creciente importancia del salitre, explotado mayoritariamente por capitales y mano de obra chilena en el litoral boliviano, motivó que el gobierno boliviano impusiera ciertas medidas económicas que fueron rechazadas por los afectados. El gobierno de Santiago vio en ello un motivo de intervenir militarmente e invadió el litoral boliviano. El Perú, unido a Bolivia a través de un tratado de alianza defensiva firmado en 1873, intentó detener la guerra por diversos medios. Sin embargo, la decisión chilena era firme y el Perú se vio forzado a honrar su compromiso e ingresó a la guerra en condiciones de alistamiento lamentables.
El ejército estaba lejos de ser eficiente, con mandos politizados y una oficialidad surgida al fragor de las revoluciones. Todo ello llevaba a que careciera de un sólido espíritu de cuerpo. La tropa, mayoritariamente serrana, no se sentía identificada con el concepto de nación peruana, el equipamiento era dispar y en muchos casos obsoleto, y el entrenamiento era prácticamente nulo. Si bien la Armada contaba con un cuerpo de oficiales profesional, los elevados costos de reposición habían hecho que tuviera una flota anticuada, con unidades que habían llegado a un nivel de deterioro apreciable.
Chile desde principios de la década de
1870 había invertido considerables sumas en su ejército y armada, habiendo alcanzado un elevado grado de eficacia combativa en ambas ramas. Era claro que la estabilidad política, lograda desde la década de 1830, había contribuido a consolidar un sentido profesional en sus fuerzas armadas que se veía reflejado en la permanencia de sus altos mandos.
La armada chilena contaba con dos blindados muy superiores a los peruanos, tanto en poder de fuego como en coraza. La infantería había homogenizado su armamento con los fusiles tipo Grass y Comblain, ambos con un mismo tipo de munición. La artillería era Armstrong y Krupp, de los últimos modelos, y sus sirvientes contaban con carabinas Winchester para su protección. La caballería estaba igualmente dotada con este tipo de carabinas, además de las armas blancas, que les eran usuales.
La
Guerra del Pacífico se inició con la invasión del territorio boliviano por los ejércitos de Chile el 14 de febrero de 1879. Ese día tropas y marinería chilena, desembarcadas del acorazado Almirante Cochrane y de la corbeta O´Higgins, ocuparon el puerto de Antofagasta ubicado en el centro de la zona comercial del desierto de Atacama. La ocupación se extendió de inmediato a Mejillones y Caracoles y después a Cobija y Tocopilla. Chile sabía lo que hacía y se encontraba perfectamente respaldado por su fuerza militar para batir en una guerra a Perú y Bolivia juntos. Su escuadra era inmensamente superior a la peruana. Bolivia no contaba en el mar. Tenía costa, pero carecía de buques.
No obstante que las cuestiones de límites entre Bolivia y Chile habían sido definidas por los tratados de 1866 y 1874, que señalaban como lindero entre los dos países el paralelo 24 de latitud sur, la guerra surgió siempre. Se había estado gestando desde años atrás y cuando la ocasión se presentó en momento oportuno para Chile, la declaró y el conflicto estalló.
Fue causa incidental e inmediata de la guerra un decreto de la Asamblea Constituyente de Bolivia, del 14 de febrero de
1878, por el que, al aprobar una transacción celebrada en noviembre de 1873, entre el Ejecutivo y la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, sucesora de la Sociedad Explotadora del Desierto de Atacama, estableció un impuesto de diez centavos por quintal de salitre que se exportase. Se daba así validez a la transacción a condición de que se pagara ese tributo.
La compañía chilena reclamó el gravamen, que juzgaba violatorio del Tratado de Límites de 1874, en el que se estipulaba que los derechos de exportación de minerales, explotados entre los paralelos 23 y 25, no podían exceder de los vigentes en aquella época. Pero ese reclamo, en vez de tramitarse ante los tribunales ordinarios, desde que era de carácter privado, se planteó por la vía diplomática y el Gobierno chileno, en términos enérgicos, exigió la derogatoria del impuesto, alegando que “importaba la ruptura del Tratado de Límites de 1874”, o el sometimiento del asunto a un arbitraje internacional.
El Gobierno boliviano sostuvo que el impuesto reclamado procedía de un contrato privado, no pudiendo, por tanto, “afectar el tratado de límites entre Chile y Bolivia, que debía ser ajeno a toda convención particular”; que el arbitraje era improcedente y que “el recurso arbitral” se había estipulado en beneficio de ambas partes, sólo en caso de suscitarse cuestiones sobre la “inteligencia y ejecución” del tratado de 1874, el que era ajeno a toda controversia. Agregó que la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, formada por capitales chilenos, para explotar territorios de Bolivia, tenía que someterse a la jurisdicción de los tribunales bolivianos, por lo que no podía darse carácter internacional al diferendo. Explicaba, también, que el dictador Melgarejo otorgó, en 1866, a varios súbditos chilenos, una extensa zona del desierto de Atacama para la explotación del salitre y que anulados todos los actos y concesiones que había hecho Melgarejo por el gobierno que le sucedió, se expidió una resolución, el
23 de abril de 1872, restringiendo en parte, la referida concesión; y que como la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta insistió en que se modificara esa resolución se llegó, en noviembre de 1873, con los sucesores de los primitivos concesionarios a la transacción sometida a la Asamblea Nacional, que la aprobó, en febrero de 1878, con la adición del impuesto de los diez centavos. Expresaba, asimismo, que la Compañía tenía concedida por el Gobierno boliviano y en explotación, un número de estacas cuya superficie, en conjunto, abarcaba prácticamente, casi todas las salitreras de Atacama, constituyendo el impuesto una insignificante compensación a las graciosas concesiones hechas a la Compañía. Concluía la argumentación exponiendo que el tratado de 1874 no impedía la creación de ese gravamen.
Chile rechazó las alegaciones de Bolivia y emplazó terminantemente al Gobierno de esa nación para que derogara del impuesto que, por otra parte, no se había puesto en vigencia y, para mayor intimidación, el
23 de diciembre de 1878, apareció en la rada de Antofagasta el acorazado Almirante Cochrane, procedente de Valparaíso.
El Gobierno de Bolivia, después de calificar como amenaza la presencia del acorazado chileno en Antofagasta, expidió un decreto, el
1 de febrero de 1879, declarando rescindida la transacción de noviembre de 1873 y reivindicadas las salitreras, en vista de que el Gobierno chileno se oponía a que la Compañía explotadora del salitre pagara el impuesto de los diez centavos. Expresó también que el 14 de febrero de 1879 se procedería al remate de esas propiedades mineras.
Entonces Chile decidió emplear la fuerza para resolver una cuestión de suyo contenciosa y de carácter privado, que afectaba a una sociedad anónima. El Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Alejandro Fierro, envió al Cónsul General de ese país en Antofagasta, una comunicación fechada en Valparaíso el
12 de febrero y en ella le decía:
En pocas horas más el litoral que nos pertenecía antes de 1866, será ocupado por fuerzas de mar y tierra de la república y V.S. asumirá el cargo de Gobernador Político y Civil de ese territorio. En el desempeño de estas delicadas funciones recomiendo a V.S., que no omita diligencia para que las personas e intereses de todos los habitantes de ese litoral sean respetados y garantidos, como sucede bajo el imperio de nuestras leyes, a fin de evitar reclamaciones de cualquier género que sean y, hacer, en cuanto sea posible, simpática nuestra administración aún a los mismos bolivianos allí residentes (Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico. Tomo I, pág. 87).
Consumada que fue la ocupación de las costas bolivianas, cuyo origen hemos analizado someramente, el Gobierno chileno dio a publicidad esos hechos, informando que se trataba de ”reivindicar” territorios que poseía desde antes de celebrarse los tratados de límites de 1866 y 1874. Pero el argumento era realmente insostenible porque, aparte de la existencia de los pactos y tratados mencionados, Antofagasta perteneció siempre a la circunscripción política que se constituyó con el nombre de Bolivia y por tanto Chile no podía reivindicar para sí lo que nunca fue suyo (Antofagasta y las demás poblaciones y puertos bolivianos, situados al norte y sur, que invadió Chile, nunca pertenecieron a éste, sino a Bolivia).
El
1 de marzo el presidente de Bolivia, Hilarión Daza, expidió un decreto dando cuenta de la invasión por Chile de su territorio y ordenando que se cortara todo comercio y relación con esa república “mientras dure la guerra que ha promovido a Bolivia” (Ahumada Moreno, lib. cit., pág. 101). Inmediatamente Chile sostuvo que el mencionado decreto de Bolivia constituía una declaratoria de guerra y que procedía la invasión de su territorio.
Para el Perú, que mantenía un tratado secreto de alianza defensiva con Bolivia desde 1873 y que atravesaba por uno de los periodos más penosos y difíciles de su vida económica, la situación producida era gravísima. El Gobierno peruano trató, por todos los medios compatibles con el honor nacional, de evitar el conflicto en el que necesariamente tenía que verse envuelto y con tal propósito envió a Santiago de Chile como Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario, a
José Antonio de Lavalle, diplomático hábil y sagaz, a quien facultó para asegurar al Gobierno de Chile la firme decisión del Perú de facilitar cualquier arreglo que asegurase la paz y tranquilidad entre las dos repúblicas.
Lavalle partió el
22 de febrero para Chile, a los ocho días de la ocupación de Antofagasta. A su llegada a Valparaíso fue insultado por el pueblo que, excitado por la propaganda guerrera, quería el rompimiento de hostilidades con el Perú. Ya desde días antes del desembarco del diplomático peruano el escudo peruano del consulado había sido apedreado.
Lavalle ofreció a don
Aníbal Pinto, Presidente de Chile, la garantía del Perú para el cumplimiento de las estipulaciones que llegaran a acordarse y que permitieran evitar el conflicto, ofreciendo gestionar con el Gobierno de Bolivia la inmediata anulación del decreto de rescisión de la transacción con la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, a base de la desocupación del litoral boliviano. Más todo fue inútil. El Presidente de Chile habló de reivindicaciones de territorios entre los grados 23 y 24 y del tratado de alianza entre el Perú y Bolivia, que calificó de alianza ofensiva, en vez de defensiva, como era en realidad.
La situación se tornaba más difícil pues Chile quería la guerra sin disimulos y las gestiones de Lavalle, si no la impedía, al menos la postergaba, lo que perjudicaba los planes del Gobierno chileno.
La guerra era pues, también contra el Perú. Tomás Caivano en su libro Historia de la Guerra de América entre Chile, Perú y Bolivia, (Lima, 1901), refiriéndose a la gestación del conflicto, dice: “La guerra emprendida por Chile el 14 de febrero de 1879, invadiendo el territorio boliviano, era contra Perú y no contra Bolivia”.
La misión de de Lavalle tenía forzosamente que fracasar dado que la guerra era algo totalmente incontenible. La situación empeoraba por instantes, hasta que el
2 de abril el Congreso chileno autorizó al Ejecutivo a declarar la guerra al Perú. Al día siguiente, jueves 3, la Cancillería de Chile, declaraba oficialmente la guerra al Perú. El día 4 el señor de Lavalle pedía su pasaporte y el 5 se embarcaba de regreso a Lima.
El escritor chileno y senador de esa república,
Benjamín Vicuña Mackenna, comentando el fracaso de la misión Lavalle en Santiago da cuenta en su libro “La Campaña de Tarapacá”, editado en Santiago en 1880, del espíritu belicoso de Chile, preparado y enardecido para la lucha contra el Perú. En la página 450 del primer tomo de esa obra, puede leerse lo siguiente:
El pueblo quería la guerra con el Perú porque la veía, porque la palpaba, porque estaba consumada, porque la ocupación de Antofagasta era un hecho positivo de agresión armada.
La escuadra peruana y la chilena
Debido a las características del litoral boliviano y del extremo sur peruano, en el que se extiende el
desierto de Atacama, y teniendo en cuenta las experiencias de la Guerra de la Independencia y contra la Confederación, Chile conocía que era necesario sortear por mar este territorio para poder trasladar a sus tropas e invadir el territorio peruano. Para ello tendría que lograr el dominio del mar. El Perú, por su parte, también comprendió que esta era la maniobra lógica que adoptaría Chile. De ese modo, ambas naciones dieron inicio a la campaña naval como la primera parte de la guerra.
La escuadra peruana, al mando del capitán de navío Miguel Grau Seminario, estaba conformada por el blindado tipo monitor Huáscar, la fragata Independencia, los monitores Manco Cápac y Atahualpa, la corbeta Unión, la cañonera Pilcomayo y los transportes Chalaco, Oroya, Limeña y Talismán. Estos últimos habrían de cumplir una función muy importante durante el conflicto, manteniendo abierta la ruta de abastecimiento peruana con continuos viajes entre el Callao y Panamá, así como a otros puntos del litoral, transportando tropas, pertrechos y municiones, burlando a la poderosa escuadra enemiga.
La escuadra chilena, al mando del contralmirante
Juan Williams Rebolledo, estaba compuesta por los blindados Almirante Blanco Encalada y Almirante Cochrane, las corbetas Chacabuco, O'Higgins y Esmeralda y las cañoneras Magallanes y Covadonga, además de varios transportes. El balance de poder era favorable a la marina chilena, dado que sus naves, sobre todo los dos blindados, tenían mejor artillería, mayor velocidad y coraza, en comparación a las naves peruanas.
El planteamiento fue muy claro en ambos lados. La escuadra chilena era superior materialmente a la peruana, no sólo en número sino también en la calidad de sus buques. Debía entonces buscarla y destruirla lo más pronto posible. La escuadra peruana, por su parte, dada su inferioridad en medios, debía prolongar lo más posible su presencia como una amenaza efectiva en el mar, no tanto para la escuadra chilena sino para el tráfico marítimo de ese país, entablando combate únicamente cuando estuviera en superioridad de condiciones o cuando éste fuese inevitable. El tiempo que se ganara en ello sería en provecho de la preparación de las defensas en el sur peruano y la adquisición de nuevas naves y armamento.
La campaña naval y el monitor Huáscar
La primera acción tuvo lugar apenas siete días después de declarada la guerra, el
12 de abril de 1879, cuando la corbeta Unión y la cañonera Pilcomayo atacaron y persiguieron a la corbeta chilena Magallanes frente a Punta Chipana. Por su parte, la escuadra chilena en el Perú bombardeó Mollendo, Pisagua, Mejillones e Iquique, antes de dirigirse hacia el Callao con el propósito de destruir la escuadra peruana.
Sin embargo, fracasó en este intento debido a que los buques peruanos habían zarpado días antes de su arribo, dirigiéndose a la ciudad peruana de
Arica con el director supremo de la guerra, el general Mariano Ignacio Prado.
Combate naval de Iquique
El
17 de mayo la flota peruana puso rumbo a Arica, donde desembarcó el Presidente Prado, para dirigir la guerra desde ese puerto peruano. Casi de inmediato fueron despachados a Iquique el monitor Huáscar y la fragata Independencia, con instrucciones de levantar el bloqueo de ese puerto, sostenido por la corbeta chilena Esmeralda, la cañonera Covadonga y el transporte Lamar.
El
21 de mayo de 1879 el monitor Huáscar al mando del capitán de navío Miguel Grau Seminario, y la Independencia al mando del capitán de navío Juan Guillermo More Ruiz, ingresaron a la bahía de Iquique y se enfrentaron a los ya mencionados buques chilenos comandados, respectivamente, por Arturo Prat Chacón (Esmeralda) y por Carlos Condell de la Haza (Covadonga). El transporte Lamar izó bandera estadounidense y puso rumbo al sur, en lo que fue imitado por la cañonera Covadonga que fue perseguida por la Independencia. Mientras tanto, el Huáscar en Iquique cañoneaba a la Esmeralda, buque que maniobró para colocarse delante de la población. Ante esto, el comandante Grau decidió utilizar el espolón, logrando finalmente hundir a la nave chilena, cuyos sobrevivientes, por razones muy humanitarias y caritativas, fueron rescatados por los marinos peruanos. En este combate murió el teniente primero Jorge Velarde, primer héroe naval peruano de la contienda.
Mientras tanto, la Independencia había encallado en
Punta Gruesa, al sur de Iquique (ver: Carlos Condell de la Haza) y tan pronto se percató de esto, el comandante Condell de la Covadonga, volvió sobre sus aguas. Contrariamente a lo que había sucedido en la rada de Iquique con los náufragos de la Esmeralda, ordenó disparar sobre la fragata varada dado que aun mantenía su bandera al tope indicación que seguía en combate, Condell le disparo seis tiros contra la cubierta poniendo su nave en el angulo muerto de los cañones peruanos al escorarse la "Independencia". Cuando la Covadonga vio acercarse al Huáscar y huyó del lugar, mientras el huascar procedía a recoger los sobrevivientes. Posteriormente Grau, en otro gesto de caballerosidad que lo enaltece, escribió a Carmela Carvajal viuda del héroe naval chileno Arturo Prat Chacón, comandante de la Esmeralda, muerto en la cubierta del Huáscar, una carta en la que elogiaba la actuación de su esposo y le enviaba algunas de sus prendas personales, entre ellas su espada.
Combate naval de Angamos
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Combate naval de Angamos

La incapacidad de los mandos navales chilenos frente a las continuas incursiones del Huáscar al mando del capìtán de navío Miguel Grau Seminario, fueron motivo de protestas populares, interpelaciones en el congreso y la censura del gabinete ministerial. Todo ello se agudizó con la captura del transporte Rímac, luego de lo cual se produjeron renuncias de ministros y se efectuaron inevitables cambios en las jefaturas del ejército y la escuadra. Los conductores de la guerra, ante la imposibilidad de iniciar la campaña terrestre para invadir el sur peruano, determinaron que el hundimiento del Huáscar era prioritario e indispensable para llevar a cabo sus planes.
Una de las primeras medidas fue el relevo del contralmirante Juan Williams Rebolledo en el mando de la Escuadra chilena por el capitán de navío
Galvarino Riveros, quien dispuso que sus buques fueran sometidos a reparaciones de calderas y carena para limpiar sus fondos y prepararse a dar caza al Huáscar. Para dicho propósito, elaboraron un plan para capturarlo, organizando a su escuadra en dos divisiones, la primera, integrada por el Almirante Blanco Encalada, la Covadonga y el Matías Cousiño, y la segunda, compuesta por el Almirante Cochrane, el Loa y la O'Higgins. La idea era tenderle un cerco al Huáscar, en el área comprendida entre Arica y Antofagasta.
Continuando los acontecimientos, Grau recibió órdenes de zarpar con la Unión y el Rímac rumbo al sur, con la finalidad de hostigar los puertos chilenos entre Tocopilla y Coquimbo, en tanto que las dos divisiones chilenas habían partido hacia el norte en búsqueda del Huáscar llegando a Arica en la mañana del
5 de octubre, no hallando allí a su objetivo.
El Huáscar, mientras tanto, luego de dejar al Rímac en Iquique, arribó en compañía de la Unión a la
caleta de Sarco. Ahí capturaron a la goleta Coquimbo, para posteriormente llegar al puerto del mismo nombre y proseguir hacia el sur, hasta la caleta de Tongoy, localidad cercana al importante puerto de Valparaíso. Cumplido el objetivo de esta expedición, Grau y sus naves iniciaron su retorno a aguas peruanas.
Mientras los barcos peruanos navegaban hacia el norte de regreso, ignoraban los movimientos de los buques chilenos. Las dos divisiones enemigas avanzaban desde diferentes direcciones, en posición abierta, dispuestas a cercar a su objetivo.
Al amanecer del
8 de octubre de 1879, el Huáscar fue avistado por la primera división chilena, lo que obligó a Grau a virar hacia el suroeste para luego volver al norte, a la máxima velocidad posible tratando de dejar atrás a sus enemigos. Poco después, el Huáscar y la Unión se encontraron con la segunda división chilena frente a Punta Angamos. Al percatarse de que el Huáscar no podría evadir el combate por su escaso andar, la Unión, de mayor andar, a expresa orden del almirante, se abrió paso hacia el norte.
Luego, a las 9:40 horas, siendo inevitable el encuentro, el monitor peruano afianzó su pabellón de combate disparando los cañones de la torre sobre el Almirante Cochrane a mil metros de distancia. Los artilleros del monitor eran ingleses, y su puntería no era del todo efectiva. La Covadonga y el Almirante Blanco Encalada en esos momentos se hallaban a una distancia de seis millas con dirección al Huáscar, mientras que la O'Higgins y el Loa se dirigían a cortar el paso a la Unión. El Almirante Cochrane no contestó inicialmente los disparos, sino que acortó distancias gracias a su mayor velocidad, estando a 500
m, una andanada del Monitor golpeó la banda del acorazado chileno haciéndolo bandearse por unos instantes, pero sin mayor daño y cuando estuvo a 200 m por babor del Huáscar, hizo sus primeros disparos, perforando el blindaje del casco y dañando el sistema de gobierno.
Grau en su torre, presintiendo lo inevitable y agachándose hacia la rejilla del piso se despidió de Diego Ferré en un fraternal saludo de manos.
Mientras tanto, las alzas de los cañones chilenos apuntaban hacia las partes vitales del monitor. Diez minutos después un proyectil proveniente también del Almirante Cochrane impactó en la torre de mando y al estallar hizo volar al contralmirante Miguel Grau y dejó moribundo a su acompañante teniente primero
Diego Ferré. Entonces tomó el mando del buque el capitán de corbeta Elías Aguirre, quien continuó el combate con las naves chilenas, hasta que también cayó muerto por un disparo del contendor. Uno tras otro, los oficiales peruanos se fueron sucediendo a cargo de la nave, que recibía una y otra vez los impactos de la artillería chilena, hasta que habiendo recaído el mando en el teniente primero Pedro Gárezon Thomas; este oficial, viendo que ya no era posible continuar la lucha por las condiciones en las que se hallaba el buque, con sus cañones inutilizados, roto su timón, y diezmada su tripulación, dio la orden de abrir las válvulas de fondo para inundar al monitor, orden que fue cumplida por el alférez de fragata Ricardo Herrera y de esta forma impedir la captura de la nave peruana.
A las 10:55 el Almirante Cochrane y el Almirante Blanco Encalada suspendieron el cañoneo y al ver que el Huáscar pronto se iría a pique, enviaron una dotación armada en lanchas para tomarlo. Cuando los marinos chilenos ingresaron a bordo, el Huáscar ya tenía 1,20 m de agua y estaba a punto de hundirse por la popa. Revólver en mano, los oficiales chilenos ordenaron a los maquinistas cerrar las válvulas y posteriormente obligaron a los prisioneros a apagar los fuegos que consumían diversos sectores de la nave. La lucha había concluido, el Huáscar capturado, y el mar libre para iniciar la invasión del sur peruano.
En este último episodio glorioso que se registraría a bordo del Huáscar, cada uno a bordo del monitor peruano cumplió con su deber, siguiendo el ejemplo de su comandante. Con el sacrificio de Grau, concluyó la vida de uno de los más ilustres peruanos de todos los tiempos. Todos los hechos de su vida estuvieron marcados por una conducta ejemplar, y su grandeza no solo estriba en el comportamiento heroico que mostró en las ocasiones en la que tuvo que defender a su patria, sino en la forma en que supo sobreponerse a las dificultades que el destino le puso en su camino. Como dijo el historiador peruano
Jorge Basadre Grohmann: "Miguel Grau Seminario fue un hombre comprometido con su tiempo, con su país y sus valores. Fue honesto y leal con sus principios, defendió el orden constitucional y fue enemigo de las dictaduras. El héroe de Angamos siempre estuvo en la línea de afirmación de las normas morales y las tradiciones de la república. Honrado en el camarote y en la torre de mando, lo es también en el salón y en el hogar".Bibliografía
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· VV.AA. (1979), Miguel Grau, Lima: Centro Naval del Perú.
Enlaces externosWikisource

Wikisource contiene obras originales de o sobre Miguel Grau Seminario
Página oficial de la Marina de Guerra del Perú
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http://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_Grau_Seminario"Categorías: Historia del Perú Protagonistas peruanos de la Guerra del Pacífico Marinos del Perú Diputados del Perú 1876-1878

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